En el año 2000, la laudista Christina Pluhar fundó su conjunto L’Arperggiata. En principio dedicado a recrear la frescura de la música improvisada del s. XVII, desde entonces han combinado la música antigua con una plétora de estilos tradicionales tanto europeos como de fuera, sorprendiendo y deleitando al público con colaboraciones de cantantes magníficos y unos niveles de improvisación excepcionales, que raramente se encuentran en el mundo de la música clásica.
DK: Ya que es el aniversario de Monteverdi, háblenos de su CD Teatro d’Amore.
CP: ¡Nos divertimos muchísimo con ese proyecto! Fue grabado en 2006, aunque no se publicó hasta 2009 debido a algunas complicaciones de la casa discográfica. Éramos el grupo residente en el Festival de Música Antigua de Utrecht y nos pidieron interpretar un programa de Monteverdi. También nos facilitaron la sala Vredenburg para grabar, este espacio es uno de los auditorios más bellos del mundo y tiene una acústica excepcional: normalmente resulta imposible grabar un CD aquí porque está ya reservado. Justo antes de que comenzara el Festival, estábamos con estos magníficos músicos y cantantes, entre ellos, un joven Philippe Jaroussky. Teníamos esa excepcional sala para nosotros, y a Monteverdi. Estábamos llenos de ideas y repletos de entusiasmo, y contábamos con todas las posibilidades de magníficos cantantes y una acústica maravillosa.
A muchos músicos, estupendos por otra parte, les da miedo la improvisación. ¿Cómo cree que encaja la improvisación en la interpretación de música barroca y antigua hoy en día?
Sabemos con certeza que los músicos del s. XVII eran fantásticos improvisadores –hay todos esos libros que enseñan sobre improvisación y ornamentación. No existía en la época un músico profesional que no pudiera improvisar: sería como decir de un músico de jazz que “es un gran intérprete pero no puede improvisar”, es totalmente contradictorio, impensable. Los músicos y cantantes del s. XVII tenían una gran formación en lo que llamaban contrapunto, empleaban muchas horas al día improvisando ornamentos sobre una línea de canto gregoriano o sobre un bajo ostinato.
Cuando creé L’Arpeggiata en el 2000, estábamos en un momento, en cuanto a interpretación histórica, en el que la improvisación no era todavía una gran cuestión. En la Scola Cantorum de Basilea teníamos clases de improvisación donde aprendimos un poco, pero no lo pusimos mucho en práctica, y tampoco era algo que pudieras ver en los escenarios. La improvisación es algo muy importante y quería trabajar en ello con L’Arpegiatta –aunque, por supuesto, primero quería profundizar en el estilo de la música del s. XVII. La improvisación era parte de la vida de un músico –incluyendo los clásicos– hasta Schoenberg, cuando todo el sistema tonal se desmoronó. Hasta entonces, todos los grandes compositores eran también grandes improvisadores que podían interpretar candezas de piano, improvisar y disfrutar de la libertad de hacer música sin una partitura: piense en los virtuosos del XIX como Paganini o Chopin.
Queríamos no solo ser intérpretes de música escrita hace 400 años, tocando las notas que alguien dejó en un papel, sino también crear interpretaciones en las que efectivamente habláramos este lenguaje y lo inventáramos a cada momento en el escenario, y comunicarnos con el público.
En una primera etapa de nuestro trabajo, quise abrir la improvisación a músicos de tradiciones no-clásicas. Uno de nuestros proyectos fue La tarantella, para el que contamos con intérpretes de música tradicional del sur de Italia, y después vino All’improviso, en el que trabajamos con jazz por vez primera. Comencé ese proyecto porque quería que aprendiéramos lo que era estar en el escenario junto a alguien que no ha hecho otra cosa en los últimos cuarenta años de su carrera que improvisar, como Gianluigi Trovesi, que comenzó a hacer música antes que Los Beatles y ha conocido todos los estilos de música desde los años cincuenta.
Por un lado está el aprender el lenguaje musical y las reglas sobre improvisación, y por otro, absolutamente distinto, está el ser capaz de construir una pieza entera en frente del público, el tener la estructura en tu cabeza y saber comunicarte tanto con el público, como con tus colegas músicos en el escenario.
Entiendo, por tanto, que cada concierto es distinto.
Totalmente distinto. Eso es lo que nos mantiene jóvenes y lo que hace que sea tan divertido tocar. Cada concierto es una experiencia única y la gente que viene a vernos lo puede percibir, sienten la diversión y la frescura de lo que está ocurriendo en el escenario: recoges las ideas de tus compañeros músicos, gastamos bromas y tenemos una actitud alegre y juguetona frente a la música.
Al igual que música clásica, interpretan otros muchos estilos: jazz y música tradicional de diferentes tipos. ¿Es su público el mismo que en los conciertos de música antigua clásica?
Tengo la idea de que hemos creado nuestro propio público: hay mucha gente que nos sigue, viene a nuestros conciertos y compra nuestros CD. Alternamos los proyectos de música antigua y aquellos más abiertos: no quiero que se me encasille como conjunto de jazz o como que solo llevamos a cabo proyectos que incluyen jazz; somos un conjunto de música antigua. Nuestro punto fuerte es que podemos hacer ambos realmente bien. Interpretamos música italiana del s. XVII porque esa es la música de la que yo, y la mayoría de los músicos procedemos y amamos verdaderamente, pero al mismo tiempo, nos abrimos a diferentes estilos, músicos y colaboradores y podemos movernos entre estos dos mundos. A la gente le gusta ambas cosas, y no creo que haya una diferencia en cuanto a actitud o edad entre la gente que compra un CD de jazz y los que van a un concierto de Cavalli.