Podría haber sido un pantano o un pozo; una ciénaga, un lago o una cloaca. El agua como elemento simbólico siempre ha aportado un imaginario que invita a la liberación, la renovación o la calma. Nada más lejos de la realidad en esta Lady Macbeth de Mtsenk, que ha abierto la temporada del Liceu. Este elemento líquido ha sido co-protagonista de la tragedia de Katerina Ismailova, quien transita una vida llena de dureza, obscenidad y hostilidad, y se convierte en profecía a la vez que elemento purificador. Una producción firmada de nuevo por Àlex Ollé que, acompañado del maestro Josep Pons, representan la vertiginosidad de una obra marcada por el contexto soviético, en el que la crítica y el sarcasmo se encuentran.
Este drama de realismo sobrio y amargo flota por unas aguas estancadas en el escenario; el uso de miles de litros de agua (extraídas de las reservas subterráneas donde se encuentra edificado el teatro) llenan la superficie de la escena entonando la futura muerte de la protagonista –por ahogamiento, aunque la producción se decantó por el degüello (?)– pero también queriendo hacer referencia a esa simbiosis entre muerte y redención. En esta superficie se mueven los personajes, derraman sus vergüenzas y se limpian de ellas en el mismo estanque. Una enorme capa de esta hace las veces de escenario y concepto en sí de la profundidad del relato, que junto a unos paneles móviles y algunos elementos decorativos, forman la única imagen escénica de la producción. La criminalidad entre y contra lo humano perfila el retrato psicológico de la víctima de Shostakovich: la represión extendida a todos los ámbitos –en lo afectivo, sexual o social– busca sentir a la protagonista desde lo compasivo más que en lo condenatorio, aunque sus actos no tengan ni justificación ni lógica, porque se trata de una huida in extremis de una existencia sumergida en el dolor.
La tensión mantenida entre metáforas, asesinatos y musicalidad mostraron un ideario coherente y resultante, tanto en cuanto en lo dramatúrgico, aunque todas las partes no estuvieron equilibradas. Siguiendo la línea creativa de Ollé, lo violento e incómodo son el primer plano; con escenas de específico erotismo dadas en la multiplicidad de camastros y en la reiteración de estereotipos –los obreros como depredadores y las sirvientas como víctimas–, la lucha entre libertad y tiranía se construye a raíz de las consecutivas violencias que los paneles de Alfons Flores encierra con forma de cárcel, fábrica o refugio. A pesar del cumplimiento de las expectativas, los recursos no sorprenden, siendo repeticiones de producciones anteriores como la de Pelléas et Mélisande del 2022. El retrato socio-político regulado por las normas y el sentimiento propio de la asfixia que provoca, plasma la soledad final en un entorno desintegrado y dominado por los instintos. El hastío lo corrompe todo y el agua lo refleja.
Aunque el agua les llegue a todos hasta el cuello, el foso orquestal desarrolla una sonoridad donde tiene cabida tanto lo siniestro como lo irónico. Pons dirigió un colectivo crescendo del ejercicio, desarrollando la intensidad y haciendo orgánico pasajes con tintes cinematográficos. La Sinfónica liceísta mostró dominio y brillantez en las transiciones; tanto en los más expresionistas como en los líricos, la instrumentalidad se mostró nítida, acentuando los detalles descriptivos y su expresionismo, llevados por una batuta que se sujetaba en lo emotivo y en la calidad del concepto musical del drama. La precisión se mostró también ampliamente en los protagonistas del reparto; Sara Jakubiak como Katerina demostró una amplitud de registros, además de un estilo ponderado y con más que suficientes dotes en lo vigoroso y frágil que determinaba el papel. Le acompañó un Pavel Černoch en la piel de Serguei: diligente en el cumplimiento dramático, Černoch resultó la mejor combinación que se podría esperar por su empeño y resolución tanto interpretativa como vocal. Para complementar el dúo, se podría destacar el trabajo de Alexei Botnarciuc como el suegro Ismailov y tercero en discordia, por su profusión tímbrica además de un logrado perfil lascivo. Unas complejidades vocales que prácticamente todo el cast resolvió con tino y acierto, logrando un resultado sonoro que evocaba la grandiosidad de las notas de Shostakovich.
Lady Macbeth de Mtsenk de Ollé-Pons se encargó de abrir el nuevo ciclo operístico en el teatro catalán, con un inicio aplaudido especialmente en lo musical, dejando la puerta abierta a posibles futuras incorporaciones de títulos del siglo XX como esta.
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