Los cuartetos para cuerda de Béla Bartók son un corpus significativo para esta forma musical tan transcendental. Lo son ante todo porque no representan una página aislada en la obra del compositor húngaro: son seis y abarcan prácticamente todo el arco vital de Bartók. Y son sumamente importantes también porque corren paralelamente al resto de su producción, a menudo indagando y experimentando a través de ellos nuevos lenguajes y recursos. En tal sentido, para Bartók, el cuarteto para cuerda representa un laboratorio, más íntimo, pero no por ello menos audaz y portentoso. El Cuarteto Diotima tiene un recorrido de 26 años, pero solo recientemente se enfrentaron a la integral de estos cuartetos, para finalmente grabarlos en 2019. En la primera velada, que es la que aquí nos concierne, se ofrecieron los impares, compuestos entre 1909 y 1934, lo cual nos permite efectivamente entender la profunda evolución del lenguaje de Bartók.
El Cuarteto núm. 1, op. 7 puede considerarse todavía una obra juvenil aunque con personalidad, donde los ecos del último Beethoven son evidentes, pero en la que Bartók explora las disonancias que se pueden generar a partir de células melódicas y rítmicas básicas. El Cuarteto Diotima apuntaló un sonido límpido en el Lento inicial, en el que esas disonancias se presentan con naturalidad y con ligereza. La sonoridad va tomando cuerpo, se robustece en el movimiento sucesivo y la formación francesa domina los cambios de registro, desentrañando ese tejido subterráneo que aflora a veces con lirismo, otras con impetuosidad. El Allegro vivace apunta por momentos a los estilemas más maduros: desde un punto de vista armónico no es tan extremo, pero es un vórtice rítmico y dinámico que el Cuarteto Diotima plasmó hasta los compases finales con suma intensidad.
Con un importante salto temporal, el Cuarteto núm. 3 ya no pertenece bajo ningún concepto a lo que quedaba del siglo XIX. Se trata más bien de impresiones, más que de movimientos de forma tradicional, así como un planteamiento armónico en el que se combinan escalas de música tradicional con cuartos de tono. Desde el punto de vista técnico, los intérpretes se manejaron con solvencia en los constantes glissandi, los movimientos en pizzicato y sul ponticello. Pero la dificultad mayor a la hora de ejecutar esta obra probablamente consista en la organización y coherencia del material. Para ello, el Cuarteto Diotima priorizó las conexiones internas –sobre todo de naturaleza rítmica– y además calibró de manera exquisita la aspereza tímbrica que tiene que sonar en este inquieto y rebelde Bartók.