El cuento del Zar Saltán remite desde su título a la dimensión metanarrativa. El género del cuento, del relato, requiere de un marco que genere una distancia con el oyente y al mismo tiempo justifique la inverosimilitud de su contenido. Y en cierta medida, lo que se traza en la ópera de Rimsky-Korsakov y que la puesta en escena de Dmitri Tcherniakov enfatiza, es justamente la idea de que lo más interesante se teje entre las dos dimensiones.
Tcherniakov nos presenta a los futuros zarina y zarevich como una madre y un hijo, el cual sufre de autismo y de cuyo padre se desconoce la identidad y la ubicación. Ahí empieza la narración que es objeto del libreto, con la presencia de las hermanas y la bruja Babarija, reminiscencia de La Cenerentola, ataviadas con trajes que recuerdan a las matrioskas y la llegada del Zar que escoge a Militrisa como su esposa. Ya estamos en el relato, que no se contrapone a la realidad, sino que ésta se sumerge paulatinamente en él. A partir de ahí, la puesta en escena se tiñe de imaginación típica del mundo fantástico en la elección del color, de los movimientos, del vestuario.
El dramatismo, como en el cierre del primer acto, siempre es medido, contextualizado en el marco de la narración; contiene algo de onírico y metafórico. Excepcional uso de los fondos, desde el dorado del comienzo y final de la obra, hasta el uso de dibujos, completamente atinados, o el uso de dobles telones semitrasparentes, especialmente en el segundo acto simbolizando el palacio del príncipe Guidón. El giro final, en el segundo cuadro del cuarto acto, es que la escena del reconocimiento del hijo por parte del zar acontece en la realidad, como una reaparición del padre, pero para poder matizar el choque, la madre sugiere que se relate el encuentro siguiendo la narración de la ópera. Recurso dramático que nos devuelve a la realidad y cierra el círculo y que no resulta para nada aparatoso o innatural. Si a esta aportación le sumamos una recreación absolutamente cuidada, sinestésica con la música, con acierto en la iluminación, en la escenografía, en la disposición de los cantantes, nos acercamos realmente a la fórmula perfecta, sin la necesidad de provocaciones (a veces más buscadas por ego del director), pero aportando una propia impronta en el transcurso de las emociones apacibles tal como se dan en un cuento de hadas.
Musicalmente se trató de un reparto muy sólido, muy similar al de la producción original que viene de La Monnaie, y donde la línea vocal está constituida por la prosodia del texto más que con el material melódico, el cual queda confiado más bien a la orquesta. En todo caso, voces muy interesantes, desde la de Bogdan Volkov, joven tenor ucranio, de registro dramático pero todavía con frescura en la emisión y una bien trabajada gestualidad, siendo realmente el perno de conexión entre los dos mundos, siendo príncipe a la vez que niño autista. La Princesa Cisne de Nina Minasyan se caracterizó por una voz cristalina en el tercio alto y bien sostenida con naturalidad frente a coro y orquesta, creciéndose en el final. Buena prestación del bajo Ante Jerkunica, con certeras intervenciones y una voz que concilia bien rotundidad con la flexibilidad del texto (teniendo en cuenta su registro, claro está), así como impecable fue el desempeño de Svetlana Aksenova, figura puente al igual que Guidón, que encarnó el mayor dramatismo al conocer la verdad de los dos mundos, y que se prodigó en un despliegue vocal muy completo, con una voz límpida pero compleja, rica de matices, interesante sobre todo en el registro medio, capaz de inundar la escena. Bien empastadas y concertadas Bernarda Bobro, Stine Marie Fischer, Carole Wilson (las dos hermanas y Babarija), así como el Coro Titular del Teatro Real que fue un elemento central en la narración y se mostró rotundo y bien compacto en todo momento. Merecido reconocimiento también para la Orquesta del Teatro Real, bajo la batuta de Ouri Bronchti. La partitura de Rimski-Korsakov derrocha color y variedad tímbrica, que se vieron muy bien reflejados, a la vez que sin excesos, para poder apreciar todos los detalles y lograr un conjunto equilibrado con los cantantes en escena así como con el elemento adicional del coro fuera de escena en varios momentos.