En un ambiente de máxima expectación, la temporada 2015-16 de la Sinfónica de Galicia despegó con un concierto lleno de alicientes. Su titular, Dima Slobodeniouk, abordaba por vez primera ante su público una partitura de Mahler. Para la ocasión escogió ni más ni menos que una de las obras de mayor escala del repertorio sinfónico: la Tercera sinfonía. Por otra parte, era la primera aparición del director ruso-finlandés en La Coruña tras ser conocido su reciente nombramiento como titular de la Sinfónica de Lahti, sucediendo al ilustre Okko Kamu; cargo que compartirá con su liderazgo de la Sinfónica de Galicia. Para redondear el cartel se contaba con la participación de la Ewa Podles: una de las contraltos más valoradas del momento.
Es bien sabido que Mahler crea con la Tercera "un mundo con todos los medios técnicos disponibles". Un mundo muy exigente para los intérpretes y para el oyente pero que consigue, como pocas obras del gran repertorio sinfónico, mover y conmover a aquellos que se adentran en él. Y la Sinfónica puso a su vez todos sus medios técnicos al servicio de la partitura. Su estado de gracia actual nos permitió disfrutar de una interpretación fabulosa, plena de intensidad y de carácter, sin el más mínimo momento de relax ni de rutina.
Es injusto individualizar, pero dada su trascendencia en la obra y la brillantez de su actuación, es obligado reconocer a John Etterbeek y sus magistrales tres solos de trombón en el primer movimiento. En la peculiar escala evolutiva que recrea la obra, estos solos son un símbolo de la aparición del ser humano. Y así lo dejó patente el trombonista americano exhibiendo un poderoso sonido que llenó la amplia sala coruñesa con una profundidad y una humanidad proverbial. Igualmente destacaron los solos "en la lejanía" del tercer movimiento. En ellos, John Aigi Hurn se atrevió a lidiar con un Posthorn en vez de los más socorridos Flügelhorn o la trompeta convencional.
Había un muy especial interés en conocer la concepción mahleriana de Slobodeniouk. En los compositores escandinavos y eslavos, ya nos ha dejado más que sobradas pruebas de su clarividencia. En este caso hizo un Mahler en el que predominaron la claridad tímbrica, la fluidez en el fraseo y una definitiva ausencia de retórica. Destacaron principalmente la lectura del dilatado primer movimiento y del exuberante tercero. En ambos recreó con convincente naturalidad e intensidad los pasajes más banales. Recordemos las palabras del propio Mahler a Bruno Walter: "La obra aprovecha para mostrar mi afición por los sonidos desagradables, pero esta vez he rebasado los límites de lo soportable." Igualmente es de reseñar como Slobodeniouk dirigió la orquesta con su habitual seguridad en los azarosos cambios métricos de la partitura.