Carlo Rizzi ha sido durante años una de las batutas más queridas y habituales entre los directores visitantes de la Sinfónica de Galicia. Tras un tiempo considerable de ausencia, regresó al Palacio de la Ópera de A Coruña con un programa algo distinto al repertorio de grandes compositores rusos como Stravinsky, Rachmaninov, Tchaikovsky y Shostakovich, con los que solía entusiasmarnos; programas en los que combinaba la opulencia sonora con la máxima pasión e intensidad. Como gran aliciente se sumaba la presencia de la violinista surcoreana Bomsori Kim quien retornaba al Palacio de la Ópera tras una reciente y exitosa presentación para abordar el exigentísimo Concierto para violín núm. 2 de Prokófiev.
Desde el primer movimiento, Allegro moderato, quedó patente la expresividad sutil y la técnica impecable de Bomsori Kim, quien se movió con precisión y musicalidad tanto en los pasajes cantábiles como en los abruptos saltos interválicos y el continuo despliegue de dobles cuerdas. Rizzi, sin embargo, optó por una visión otoñal otoñal y excesivamente introspectiva del movimiento, restándole impacto a transiciones orquestales clave, como la que media entre la exposición y el desarrollo. En el Andante assai, Bomsori elevó el tono de la interpretación imprimiendo un marcado carácter elegíaco a su línea melódica, expuesta con un vibrato contenido y un fraseo extremadamente cuidado. Este dio paso a un Allegro, ben marcato, pleno de energía, precisión técnica y virtuosismo. Fue abrumadora su representación del carácter rítmico de un movimiento rebosante de endiabladas síncopas y staccati en la cuerda aguda. Como regalo, Bomsori ofreció una brillante y enérgica propina, el infrecuente y delectable Capricho polaco de la compositora Grażyna Bacewicz.
La elección de la Cuarta sinfonía de Anton Bruckner evidencia una evolución interesante en las preferencias musicales de Carlo Rizzi; sin embargo, el resultado no alcanzó el nivel de excelencia esperado. Los abonados de la Sinfónica aún guardan en la memoria interpretaciones referenciales de esta obra como las que hizo un ¡nonagenario! Stanislaw Skrowaczevsky o la más reciente de Dima Slobodeniouk, las cuales consiguieron dar vida con convicción a las dimensiones tanto musicales como filosóficas de la música del compositor austriaco.
A pesar de algunos momentos puntuales bien esculpidos desde el podio, de forma general fue más una digresión que una interpretación, en la que los clímax fueron una y otra vez excesivos en dinámicas y los tempi uniformemente acelerados. ¿Hay algún motivo para ignorar la humilde advertencia del compositor, nicht zu schnell del primer movimiento? En definitiva, un todo musical ajeno al sosiego y a la profundidad espiritual que esta música requiere. La OSG puso todo de su parte; con una entrada de la trompa solista en el primer movimiento –nuevamente Marta Montes– inconmensurable, perfecta en sonido y plena de matices inéditos. También lo fue la preciosista respuesta de las flautas, creando una atmósfera casi mágica en los primeros compases. Sin embargo, con la entrada del tutti de cuerdas, se evidenció la errática concepción desde el podio, efectista y totalmente fuera de estilo. El fraseo careció del aliento épico y de la verticalidad rítmica tan característica del lenguaje bruckneriano. El Andante resultó plano, sin que los continuos crescendo y decrescendo escalonados se hiciesen sentir y sin generar la más mínima sutileza en las transiciones dinámicas. El Scherzo, sí brilló por su carácter rústico y vigoroso, y por la belleza de un contrastado Trio. El Finale, a pesar de lo excesivo y episódico, culminó en una coda final bien construida: un crescendo de impecable pulso que recuperó, al menos en parte, el espíritu sublime con el que se había abierto la obra.