Un día después de su primera aparición en la Iglesia de Santa María de la Asunción, Castro-Urdiales, La Real Cámara había de culminar su andadura por el 69º Festival Internacional de Santander, ahora sobre el escenario principal de un Palacio de Festivales de Cantabria que combina en la presente edición algunas de sus tradicionales señas de distinción (como la vitrina de cristal que custodia en el hall la batuta y los cuadernos de trabajo de Ataúlfo Argenta) con las medidas de seguridad sanitaria impuestas por los protocolos de actuación frente a la Covid-19, permeando los interiores y exteriores del edificio (desde los ya casi también rituales controles de acceso y salida, o las limitaciones relativas al aforo máximo permitido —que arrojan el saldo de una considerablemente mermada panorámica del patio de butacas de la Sala Argenta, antaño repleto y hoy sólo poblado con algo menos de la mitad de su capacidad total—, hasta el punto para toma de muestras y análisis ubicado en el aparcamiento trasero del Palacio).
El repertorio a desgranar, asimismo condicionado por las mencionadas restricciones (es prescriptivo evitar los intermedios y acortar la duración de los conciertos), se organizaba, con el pretexto del 350º aniversario de su nacimiento en Venecia, alrededor de la figura de Antonio Caldara. Se trataba, concretamente, de diversas músicas comisionadas durante las primeras décadas del siglo XVIII por la Corte de Carlos III de España o Carlos de Austria (a partir de 1711, Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico), dispuestas a través de una estructura con cuatro secciones, iniciadas siempre por piezas instrumentales y completadas con un número variable de arias (tres en el apartado inaugural, dos en los demás episodios).
Emilio Moreno, director de La Real Cámara, dedicó unas palabras de bienvenida y agradecimiento al público, y suplió la obligada ausencia de programas de mano con introducciones contextuales que daban cuenta del trasfondo histórico en el que surgieron cada una de las obras a interpretar. Habrá quien prefiera consultar por escrito y con más tiempo dicho inventario de referencias, pues acaso la proliferación comprimida de nombres propios y fechas pueda abrumar al oyente no informado, pero el conciso discurso de Moreno propició una escucha más atenta y situada, recomendable, en definitiva, para todas las tarimas con exceso de solemnidad y altas dosis de ademanes espectaculares, pero carentes de calidez y una genuina conexión (o, cuando menos, deseo de) con las personas asistentes.