Dejaban entrever las notas del programa de mano como las afinidades entre tres compositores aparentemente distantes se podían fortalecer bajo un cierto prisma, a saber, bajo una lectura armoniosa y evocativa, algo rebelde con las formas canónicas, que evitara un exceso emocional que recargara texturas y planos. Y si atendemos al gesto y a la sobriedad que rigió la dirección de Kazuki Yamada durante todo el concierto, esa unidad en la diversidad funcionó.
La obra de Takemitsu, A Flock Descends into the Pentagonal Garden, tiene su arraigo en la tradición postimpresionista, y de alguna manera vuelve a llevar a Oriente lo que la moda del orientalismo de principios del siglo XX había introducido en Europa. Armonías pentatónicas conviven con texturas sinfónicas más o menos tradicionales en una atmosfera de ligereza y suspensión. Yamada destacó desde el principio por su carisma amable hacia la Orquesta Nacional de España, con una organización pausada del material, en un despliegue hipnótico gracias a su progresividad sin sobresaltos y una bien trazada inteligibilidad de los planos sonoros. Tal se pudo echar algo de menos un cierto regocijo sobre la recreación tímbrica, más bien inhibida en favor de la claridad, así como un fraseo más amplio, capaz de ligar mejor los varios episodios de una página que, a pesar de su forma libre, contiene una coherencia estructural.
Posteriormente salió al escenario la madrileña Sara Ferrández para una obra señera en el repertorio de Walton como es su Concierto para viola y orquesta. En primer lugar, cabe destacar el equilibrio que solista y orquesta encontraron, sin que Yamada hiciera perder las filigranas que la detallista escritura de Walton posee, y con suma complicidad hacia la solista. La viola, a menudo poco considerada como instrumento solista, no tiene el voltaje del violín o el lirismo del chelo, pero se encuentra entre esas dos polaridades y una escritura sabia puede optimizar ambas. Así fue que Ferrández supo sacar todo el provecho a su viola Tecchler de 1730, mostrando su versatilidad y su solidez en todos los registros. Segura en el fraseo, expresiva en una línea melódica de brillo autumnal, la joven violista desgranó con maestría todos los momentos de una obra que apunta a la ensoñación combinada con cierto desenfado. Ferrández cuidó la técnica en todo momento, y junto con Yamada ofrecieron una lectura trasparente, orientada a la comprensión y al disfrute mesurado, alejada de unos focos de mero virtuosismo, aunque en algún momento se podría haber apreciado algo más de espontaneidad.