La intemporalidad de las obras maestras siempre invita a la reflexión, y así ocurrió con la Sinfonía núm. 9 e re menor, op.125, “Coral”, de Beethoven, desentrañada por el maestro Andrés Salado y la Orquesta de Extremadura desde una imbricación detallista. Salado optó, desde el Allegro ma non troppo, por dominar el fraseo, las conexiones en cada entrada de las secciones tímbricas y dinámicas radicales, pero expresivas. Junto a acentos sutiles en las melodías e indicaciones ágiles en la percusión, permitió mantener la vivacidad. Estos primeros pasos dieron buena muestra de la base que sustentó una construcción emocional convincente.
En el Molto vivace hubo especial hincapié por llegar a una rítmica vigorosa desarrollando un ritmo pulcro en los vientos, sutiles stacatto en los violines y un tempo veloz muy eficiente. No obstante, en algunas transiciones del tutti faltó reducir alguna dinámica, ya que emborronaron las líneas del viento metal. Asimismo, los momentos fugados de las cuerdas fueron ligados magníficamente, lo que contribuyó a la vivacidad de un canto esperanzador.
Se ofreció en el Adagio molto e cantabile una fuerte proyección lírica con un tempo firme, lo que permitió apreciar cada acento rítmico en pizzicato y las cuidadas dinámicas en las filigranas. A su vez, con el fin de incrementar la expresión, se acudió de forma al uso de tempi y fraseos muy limpios en los diálogos entre cuerdas y vientos. De esta forma, se desarrolló un movimiento de carácter introspectivo y sin momentos abruptos.
Pero fue en el Finale donde el compromiso y la implicación entre la dirección y los diferentes grupos interpretativos resultó en un especial dramatismo. En primer lugar, se resaltó la tensión con marcadas pausas en las cuerdas graves y dinámicas muy extremas. En segundo, se significó la labor de las trompas y el virtuosismo técnico de la percusión. Esto demostró el buen equilibrio orquestal y, al mismo tiempo, permitió abordar con profundidad las texturas orquestales. Y en tercer lugar, la focalización de un sonido homogéneo conjunto y preciso, que permitió entresacar melodías secundarias dentro de la relación con el Coro de Cámara de Extremadura. La absoluta concentración del conjunto instrumental y vocal permitió que la coral cumpliera con el difícil papel de proyectar todos los registros y sostener las modulaciones desde tremendos fortísimos. Todo ello se apreció en un sonido fluido y en una flexibilidad expresiva.
Los solistas, por su parte, manifestaron carácter al subrayar cada entrada fugada en los dúos y el cuarteto. Concretamente, el barítono Ferran Albrich y el tenor Javier Tomé desplegaron sus rangos vocales equilibradamente y sostuvieron los adornos frente a un tempo vertiginoso. En cuanto a la mezzosoprano Cristina Faus y la soprano Carmen Solís, ambas destacaron por unos poderosos agudos junto con un equilibrio perfecto de dinámicas, aunque el volumen de la orquesta supuso algún problema. Pero cabe decir que las últimas secciones conjuntas fueron sorpresivamente espectaculares gracias a una actuación perfecta al sostener un sonido robusto, sin fisuras y plenamente lleno de energía.