Como antesala a la Semana Santa, la Orquesta Sinfónica de Tenerife suele programar conciertos de música religiosa, que se celebran no solo en el Auditorio de Tenerife, sino también en otros lugares de la isla. En el que nos ocupa, pudimos disfrutar de dos obras no tan conocidas y nunca programadas anteriormente por la orquesta (a las que hay que añadir la famosísima de Barber). Es un tipo de música que suele estar relacionada con la seriedad y la lentitud, pero no es este siempre el caso, ya que puede ser también música alegre, rítmica y capaz de mostrar una gran cantidad de sentimientos; algo que quedó muy bien reflejado en esta velada.
El Adagio para cuerdas, op. 11 de Samuel Barber, obra intensa y dramática, fue enfocada con inteligencia por Víctor Pablo Pérez, aunque tanto el comienzo como el final de la pieza adolecieron de cierta falta de intensidad y emoción. Por otro lado, el director planificó muy bien los desarrollos y los clímax, consiguiendo un buen balance y permitiendo que las diversas secciones de las cuerdas se expresaran admirablemente bien.
A continuación escuchamos una selección de las diez Canciones bíblicas, op. 99, de Antonin Dvořák, obra cuyos textos son tomados de diversos salmos, y que fue escrita originalmente para voz y piano. Las siete canciones escuchadas (en inglés y no en el checo original, una traducción permitida por el compositor), tuvieron en el joven barítono barcelonés Josep-Ramon Olivé un intérprete persuasivo: dramático, de mucha fuerza expresiva, buena proyección e impactantes agudos. Realizó una interpretación imponente, a la que solo se le pudo pedir algo más de variedad en los recitativos de “El Señor es mi pastor”. En todo caso, un barítono de grandes cualidades. Víctor Pablo Pérez, en perfecta comunión con Olivé, estuvo admirable y reflejó brillantemente la diversidad que se encuentra en estas canciones extraordinarias; desde la alegría –con ciertas influencias folklóricas– de “Cantad al Señor un cántico nuevo”, hasta los momentos más dramáticos, como “Nubes y oscuridad” o “Escucha, oh Dios, mi oración”. La prestación orquestal fue muy buena, con estupendas intervenciones solistas.