Se trataba de la última cita de Leonidas Kavakos como artista invitado de la Orquesta Nacional de España en esta temporada, además de su debut como director frente a la formación nacional. Si bien más conocido en su faceta de virtuoso violinista, el griego está forjando en los últimos años una interesante carrera también como director, abordando como en esta ocasión repertorios bastante variados: de Bach a Prokofiev pasando por Haydn, es un espectro lo suficientemente amplio como para constatar el abanico de recursos así como la capacidad a la hora de adoptar criterios adecuados para una ejecución apreciable. Por tanto, Kavakos apuntó alto a la hora de presentarse en el doble rol de solista y director.
Comenzó con lo que en principio parecía la opción más cercana a su repertorio como violinista, a saber el Concierto para violín en re menor BWV1052R de Bach. Realmente este concierto es una reconstrucción para violín del BWV1052 para clave, según una tesis aún disputada por la que en realidad el concierto originalmente era para el instrumento de cuerda. En todo caso, esta obra presenta una escritura sumamente difícil para el solista, con numerosos pasajes en un registro inusitadamente alto. Kavakos se concentró principalmente en su función de solista, sin apenas dirigir gestos hacia sus compañeros, algo comprensible dada la complejidad de la pieza; sin embargo, ello llevó a la falta de matices en algunos elementos de acompañamiento, transcurriendo el primer movimiento de forma algo rutinaria. Por su parte, Kavakos ejecutó con vigor e intensidad aunque con ciertas imprecisiones de afinación y un fraseo por momentos trabado. Estuvo mejor desgranado el segundo movimiento, más rico en detalles tímbricos y más matizado en las dinámicas, tanto por parte del solista que del conjunto instrumental. Mientras que el movimiento conclusivo se pareció más al primero, resultando algo excesivas las sonoridades logradas, si bien es cierto que en la parte solista, Kavakos resolvió los problemas anteriormente indicados.
Siguió la Sinfonía núm. 64, de Haydn, que Kavakos dirigió sin podio ni batuta y con un orgánico abundante para las pautas del clasicismo; puede incluso que demasiado, dado que el sonido que se plasmó se caracterizó por unos contrastes más bien bruscos, faltando más livianidad en el dibujo de la frase. Ello conllevó, junto con unos tempi bastante acelerados en todos los movimientos, salvo en el segundo, a un Haydn demasiado pletórico. Cierto es que probablemente esta sinfonía esté relacionada con la música para el teatro del compositor austriaco, pero sería ingenuo utilizar este argumento para dotar a la obra de un histrionismo tan marcado. Seguramente fue Largo lo más destacado con un discurso más refinado, ahondando mejor en las filigranas que la partitura propone y con más mesura que las otras partes.