En el ámbito de eso que llamamos música clásica, cuando hablamos de música mexicana para piano es casi inevitable pensar de inmediato en Manuel M. Ponce, y hay buenas razones para que así sea. Si hacemos más memoria surgirán nombres como Ricardo Castro, José Rolón, Carlos Chávez, Felipe Villanueva... pero muy pronto se detendrá el recuento de autores y obras. Y es que, aunque se ha tocado mucho el piano en México, el imaginario sobre nuestra propia música es bastante limitado porque tocamos y oímos poco las obras de los compositores nacionales y porque en el relato histórico han quedado fuera muchos nombres y mucha música que, sin embargo, vale la pena conocer, estudiar y entender desde nuestro propio contexto.
Uno de estos nombres es José Pomar (1880-1961), un compositor cuya discontinua vida musical estuvo fuertemente ligada a su vida política. Entre otras cosas, fue su militancia política la que lo llevó a desarrollar la primera parte de su carrera fuera de la Ciudad de México, después a ser funcionario público en el sector cultural y más adelante, como el mismo decía, a ser un “vulgar burócrata”, dedicado a trabajos que nada tenían que ver con el arte y que lo obligaron a ser músico sólo de tiempo parcial (promotor musical más que compositor o intérprete), hasta que, a los casi cincuenta años, pudo establecerse como músico y reiniciar una carrera como compositor, a la que finalmente renunció diez años después. Las posibles razones de su silencio son interesantes y, una vez más, se relacionan con su actividad política, pero ésa es una historia que habrá que contar en otro momento. Por ahora, este somero trazo de su trayectoria político-laboral nos sirve para ubicar el piano dentro de su producción musical, que para efectos prácticos podemos englobar en dos grandes momentos: 1) el que va de su primera obra a los años que vivió en Pachuca (1898-1915), que tienen como centro de su creación al piano, y 2) los años en la Ciudad de México (década de los treinta) en los que su producción tiene dos ejes: composiciones para ensambles instrumentales por un lado y música militante (comunista) por el otro.
José Pomar era pianista. Por esta razón, y porque el piano era un instrumento central en el ambiente musical de los primeros años del siglo XX, dedicó a él sus primeras composiciones. En 1898 compuso El juglar, una pequeña obra programática que fue publicada en 1904 con una litografía alusiva al tema de la pieza (aunque sin el programa). Esto anunciaba un buen inicio para la carrera de un joven compositor que trataba de darse a conocer: una pieza no muy complicada técnicamente, fácil de oír, que en la portada anunciaba un ambiente lúdico, propia para un público más o menos amplio que podría comprarla y tocarla, aunque al final no resultó así. Ésa fue la única obra que Pomar vio publicada en vida y ya por este solo hecho tiene especial interés, pero además está el asunto del programa. Al conocerlo descubrimos que la idea de la pieza no es lúdica ni habla sólo de un juglar haciendo malabares en una feria. La idea de la pequeña obra es contraponer la vida miserable del desafortunado personaje y sus pesares interiores con ese ambiente lúdico, justamente. Esto nos revela una preocupación social que estuvo presente a lo largo de su vida y una inquietud de experimentar, que también fue motor de su creación. Si bien es justo decir que la realización queda a deber, también es necesario señalar que la única grabación existente de la obra no le hace justicia a esta choque de realidades paralelas que son el mundo interior del personaje y su trabajo de entretenimiento.
En los años siguientes, Pomar compuso mucha música para piano solo: preludios, interludios, mazurcas, piezas cortas, suites, una colección de escenas infantiles, una sonata para piano y otra para dos violines y piano, un concierto para piano, El ex convento de San Francisco en Pachuca, así como una balada mexicana y arreglos de canciones populares. Finalmente, unos años después compuso una Oblación a los compositores populares y Sonatina. La mayor parte de esta música se tocó poco en vida de Pomar y únicamente fue conocida por un reducido grupo de personas. Podría decirse que fue incluso más desconocida que su música orquestal. Sin embargo, en la década de 1980 se editaron algunas obras suyas, así que la curiosidad musical de quienes nos hemos encontrado por el camino a José Pomar ha empezado a ser saciada precisamente a través de su música para piano. A esto se suma que en 2000 apareció Presagio, un disco fundamental con una selección de la música de Pomar con Daniel Noli al piano.