"¡La gente necesita más confeti!" comentaba alegremente una mujer a la salida del Liceu, al que Benvenuto Cellini volvía después de 38 años, y que probablemente se convertirá en la producción más recordada de esta temporada 2015/2016. Tras una intensa campaña mediática, en su mayor parte dedicada a la presencia de Terry Gilliam como director de escena, había expectación por ver la reacción del público ante esta aproximación a la fantástica ópera de Héctor Berlioz. Fue una noche redonda, de aquellas que, como se suele decir, "hacen afición".
Y es que los triunfos se repartieron a partes iguales, y eso en la ópera augura grandes veladas. Berlioz brilló, tal vez a priori estuvo ninguneado por la corriente que quería hacer de la producción "una obra de Gilliam". Pero el creador de Twelve Monkeys nos dejó claras sus intenciones con una lectura fiel y ágil del libreto, que aunque desprendía la esencia del Monty Python, lo hizo sólo en pequeños guiños y cuando la acción así lo requería. La producción es un espectáculo en el buen sentido, con una escena que está dominada por los grabados de Pironesi y con un vestuario victoriano o del París de Berlioz. El cuadro de la celebración del "mardi gras" fue una fiesta para los sentidos: elementos del circo, la magia, el burlesque y demás atributos del mundo pagano. Una fiesta que traspasó el escenario para que los saltimbanquis invadieran el patio de butacas y lloviera confeti. Un pequeño caos, que refleja fielmente lo que sería el carnaval romano en aquella época. Pequeñas proyecciones de video, como la de la forja o la preparación del patíbulo por si Cellini no conseguía su objetivo, ayudaban al público a seguir la acción. Pero Gilliam, sobre todo, piensa en Berlioz y deja espacio a la intimidad y la búsqueda del artista.
El elenco vocal estaba encabezado por el Benvenuto Cellini de John Osborn, debutante en el Liceu y tenor reconocido por sus incursiones en otros títulos de ópera francesa, campo en el que se ha ganado merecidísimamente un lugar predominante. Osborn configuró un Cellini tan cálido y contradictorio en lo humano como eficaz en lo vocal, sabiendo administrar su voz y llegando al do sobreagudo sin dificultad en su maravillosa y difícil aria "La gloire état ma seule idole" del segundo cuadro. Osborn supo transmitir la genialidad y a la vez locura del artista, siguiendo las instrucciones de Gilliam, creando un rol muy creíble. Kathryn Lewek fue una Teresa de un timbre precioso, buena dicción y con un vibrato que recordaba voces más antiguas, y que lució especialmente en su aria "entre l’amour et le devoir" y el dúo con Ascanio "Sainte Vierge Maria", tal vez le faltó un poco más de follie en el segundo acto, sin que con ello se resintiera su actuación.