El Teatro Real comienza el año con un entretenimiento de calidad, divertido y bien ejecutado, y recupera para el público madrileño una obra que no se oía desde hacía casi un siglo. Después de un pronto estreno en 1901 y alguna reposición, y a pesar de los maravillosos fragmentos grabados por la contralto barcelonesa Conchita Supervía en los años veinte, Hansel y Gretel prácticamente desapareció de las temporadas españolas. Un loable rescate que, mas que abrir el apetito artístico del espectador, deja la plácida sensación de saciedad de un postre. La eliminación del libreto de los elementos más sórdidos del cuento de los hermanos Grimm, permite a Humperdinck prescindir del drama inherente a la historia y crear una comedia edulcorada y moralizante, aunque no deja de ser deliciosamente perverso buscar la sonrisa del público con las penurias dos niños desnutridos.
Discípulo de Wagner y continuador algo anacrónico de su mundo musical, Humperdinck asimila y aligera ese legado pantagruélico hasta dejar al descubierto sus ingredientes originales (sobre todo Weber y Mendelssohn). El uso narrativo del Leitmotiv, la riqueza de la instrumentación y en especial la brillante estilización de melodías populares justifican sin duda la presencia de la obra en el repertorio operístico.
La orquesta del Teatro Real ha trabajado la partitura con Paul Daniel, quien tan buenas noches ha dado en esta misma sala, pero estuvo dirigida en esta función por el joven Diego García Rodríguez. Aunque en general expuso la partitura con claridad y con cierto vuelo lírico en un brillante II Acto, la orquesta sonó demasiado enfática en los conjuntos, faltándole la sutileza necesaria para transmitir el sabor del romanticismo caduco que invade la partitura. En todo caso, acompañó con cuidado a unas voces que necesitaban un podio amable y mantuvo bien el pulso narrativo.
El reparto vocal, muy sólido y equilibrado, estuvo encabezado por Alice Coote, mimetizada con el papel de muchacho y en buena forma vocal. Su voz de mezzosoprano lírica, algo pobre tímbricamente pero de bello color, se adapta perfectamente al personaje, cuyo vitalismo travieso y curioso supo transmitir con un fraseo encendido e inocente. Sylvia Schwartz dio la réplica con una Gretel dulce y algo anónima. La extensión de la voz es limitada, con un grave poco audible y un agudo que tarda en vibrar, algo que le pasó factura en los momentos de mayor expansión lírica. Las dos parejas de secundarios fueron un auténtico lujo por distintos motivos. Los veteranos Bo Skovhus, barítono de técnica vocal heterodoxa pero de gran sensibilidad artística, y Diana Montague, con la voz algo cansada pero manteniendo los rasgos originales por los que fue una mezzo de referencia en los noventa y primera década del s. XXI (bello timbre, excelente fraseo y musicalidad), cumplieron perfectamente en sus papeles de progenitores. Por otro lado, Elena Copons y Ruth Rosique nos dejaron con ganas de más en sus breves papeles de duendes, recordando que tienen voces y cualidades técnicas para papeles protagonistas. El papel de la Bruja parece ya definitivamente asignado a tenores de carácter y José Manuel Zapata puso la otra noche bastante más de lo segundo que de lo primero. Haciendo de la desimpostación virtud, disfrutó en escena con una caracterización macabra y verdaderamente divertida del personaje.