Una ópera de Mozart suele generar algunas expectativas: suaves y fluidas melodías, momentos sublimes, orden y concierto. No ha sido exactamente así en la producción que ha visitado la temporada de la Ópera de Oviedo durante el mes de noviembre. Ya la obertura rompe estereotipos y sorprende con un enjambre de violines empujados por tiempos rápidos, por momentos vertiginosos y acentos marcados. Fue un avispero en acción que anunciaba los líos de una trama enmarañada. Y ante la pregunta que algunos en la sala nos hicimos: "Esto es Mozart, ¿dónde está la melodía?"; el director, con su lectura, respondió: "Señores, escuchen la acción".
Una acción que, a través de la propuesta escénica del flamenco Guy Joosten, discurre en un decorado de perspectivas forzadas, un invernadero con unas líneas de fuga imposibles, un trampantojo que amplía el escenario y gana en profundidad –literalmente– con cada acto, hasta el inevitable derrumbe final. Esta es su inteligente y espectacular propuesta para ilustrar las meditaciones sobre la lucha de clases que, desde su estreno, acompañan a Fígaro en sus bodas. Espectáculo, elegancia y magia con algunas invitaciones para la reflexión.
Por motivos de alcurnia –vocal, se entiende– es obligado comenzar por la Condesa de Almaviva, interpretada por Amanda Majeski. Esta americana viene avalada por haber representado el papel en el MET, y ha servido de repuesto de lujo ante la indisposición de Ainhoa Arteta. Majeski encaja perfectamente el papel, por físico y voz. Es una actriz completa y posee un modo de cantar aristocrático, preciso, convenientemente afectado, que sacrifica la vocalización para acentuar el refinamiento y exhibir de paso su precioso vibrato. Brilló en el "Dove sono", su pieza estrella, ayudada por director y orquesta que, haciendo la excepción de la velada, echaron el freno para la ocasión. David Menéndez, como el Conde de Almaviva, aporta al papel un punto de descaro zafio. Mostró gran potencia y buena voz en todos los registros, y en las medias voces presumió de esa técnica, siempre agradecida y hoy casi perdida, de cantar sobre el aliento.