Francisco Coll y Les Arts viven un productivo idilio que sobrepasa ya una década de duración. Fue en 2013, más o menos, cuando el teatro valenciano coprodujo Mural. Después, llegó la puesta en escena de Café Kafka y la audición de Mural, dirigida la orquesta de la casa por George Pehlivanian. Esta vez, el estreno español de Ciudad sin sueño tuvo lugar en el último concierto sinfónico de este 2024, rodeado por obras de César Frank y Maurice Ravel que llenaron el programa de exquisitez e interesantes concomitancias.
La primera de ellas fue el nexo que unió Ciudad sin sueño y el Concierto para piano y orquesta en sol mayor de Ravel: el refinado y polifacético pianismo de Javier Perianes. A lo largo de estas dos partituras vimos en él tanto al gran concertista que lleva dentro, como al íntimo pianista de recital que es. Pero, a mayor profundidad, hubo un momento en el que el músico dejó entrever en su expresividad cosas tan íntimas como las confesiones que se deben proferir intérprete y compositor cuando preparan una obra. Esto se produjo en la nana, cadencia y centro introspectivo sobre el que gravitan los movimientos exteriores de Ciudad sin sueño o “la ciudad que no duerme”, como también se ha traducido la impresión vertida por Federico García Lorca en Poeta en Nueva York. Esta nana, según ha declarado Coll, se la interpretaba él mismo al piano a sus hijos antes de dormir y, a tenor de lo escuchado, uno casi se imagina cómo le explicó la situación a Perianes para que la dijera de tal manera que pareció parar el tiempo. Además, este arrullo se inserta en un movimiento titulado “Duende”, de atmósfera oscura, pero, aun así, iridiscente en los atriles de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, cuyos sonidos estiró extremadamente James Gaffigan. Aquí también sonaron campanas como las del amanecer final de Amor brujo y, en otro pasaje, un nostálgico corno inglés al modo de Joaquín Turina en Sinfonía sevillana.
Por cierto, si las hechuras de Ciudad sin sueño se han definido como fallianas, al estar inspiradas por Noches en los jardines de España, también se pueden tachar de turinianas al compartir, no solo el aroma que desprende el uso del espacio modal andaluz, sino la coincidencia en la intención de los movimientos en los que se estructura la obra. Turina separó sus Danzas fantásticas en “Exaltación”, “Ensueño” y “Orgía” y Coll hizo lo propio con “Desplantes”, el ya citado “Duende", "Nana” y “Orgía”. Referencias comunes a la excitación, a lo onírico y, en definitiva, a lo surreal, marchamo de la producción del compositor valenciano. Resta decir, que Gaffigan, a quien Coll también dedicó otra de sus obras titulada Hímnica, definió con precisión la cortante y sincopada rítmica del primer movimiento, proveniente de la gestualidad del flamenco —con cajón incluido—. En el tercer movimiento, sin embargo, dejó que Perianes se erigiera en líder del conjunto para llevarlo a un bullicioso final.