Francisco Coll y Les Arts viven un productivo idilio que sobrepasa ya una década de duración. Fue en 2013, más o menos, cuando el teatro valenciano coprodujo Mural. Después, llegó la puesta en escena de Café Kafka y la audición de Mural, dirigida la orquesta de la casa por George Pehlivanian. Esta vez, el estreno español de Ciudad sin sueño tuvo lugar en el último concierto sinfónico de este 2024, rodeado por obras de César Frank y Maurice Ravel que llenaron el programa de exquisitez e interesantes concomitancias.

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James Gaffigan
© Miguel Lorenzo | Les Arts

La primera de ellas fue el nexo que unió Ciudad sin sueño y el Concierto para piano y orquesta en sol mayor de Ravel: el refinado y polifacético pianismo de Javier Perianes. A lo largo de estas dos partituras vimos en él tanto al gran concertista que lleva dentro, como al íntimo pianista de recital que es. Pero, a mayor profundidad, hubo un momento en el que el músico dejó entrever en su expresividad cosas tan íntimas como las confesiones que se deben proferir intérprete y compositor cuando preparan una obra. Esto se produjo en la nana, cadencia y centro introspectivo sobre el que gravitan los movimientos exteriores de Ciudad sin sueño o “la ciudad que no duerme”, como también se ha traducido la impresión vertida por Federico García Lorca en Poeta en Nueva York. Esta nana, según ha declarado Coll, se la interpretaba él mismo al piano a sus hijos antes de dormir y, a tenor de lo escuchado, uno casi se imagina cómo le explicó la situación a Perianes para que la dijera de tal manera que pareció parar el tiempo. Además, este arrullo se inserta en un movimiento titulado “Duende”, de atmósfera oscura, pero, aun así, iridiscente en los atriles de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, cuyos sonidos estiró extremadamente James Gaffigan. Aquí también sonaron campanas como las del amanecer final de Amor brujo y, en otro pasaje, un nostálgico corno inglés al modo de Joaquín Turina en Sinfonía sevillana.

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James Gaffigan, Javier Perianes y la Orquestra de la Comunitat de València
© Miguel Lorenzo | Les Arts

Por cierto, si las hechuras de Ciudad sin sueño se han definido como fallianas, al estar inspiradas por Noches en los jardines de España, también se pueden tachar de turinianas al compartir, no solo el aroma que desprende el uso del espacio modal andaluz, sino la coincidencia en la intención de los movimientos en los que se estructura la obra. Turina separó sus Danzas fantásticas en “Exaltación”, “Ensueño” y “Orgía” y Coll hizo lo propio con “Desplantes”, el ya citado “Duende", "Nana” y “Orgía”. Referencias comunes a la excitación, a lo onírico y, en definitiva, a lo surreal, marchamo de la producción del compositor valenciano. Resta decir, que Gaffigan, a quien Coll también dedicó otra de sus obras titulada Hímnica, definió con precisión la cortante y sincopada rítmica del primer movimiento, proveniente de la gestualidad del flamenco —con cajón incluido—. En el tercer movimiento, sin embargo, dejó que Perianes se erigiera en líder del conjunto para llevarlo a un bullicioso final.

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Javier Perianes
© Miguel Lorenzo | Les Arts

Del mismo modo, el pianista hizo suyo el Concierto en sol mayor de Ravel. Tras una introducción colorista por su parte y desenfadada por el piccolo, desplegó un encantador toque personal en el blues, bien respondido por todos. La siguiente sección se desarrolló entre remembranzas estilísticas a Gershwin y a Copland, y, de nuevo, cierto aire andaluz y carácter onírico antes de la cadencia. La primera frase del segundo movimiento —en mi opinión, una de las melodías más hermosas jamás escritas— estuvo cargada de intimidad y emoción. Al responder las maderas, Gaffigan se explayó en resaltar la suculencia que rezuman los encadenamientos y texturas en la instrumentación de Ravel: flauta —riquísima en armónicos la de la solista—, oboe, clarinete y otra vez flauta… Al final, la expresiva y envolvente intervención de Ana Rivera al retomar el tema inicial con el corno inglés reforzó el carácter emotivo de un número que Perianes dejó en la nada. En el “Presto” se evidenció un virtuosismo generalizado y cierto mecanicismo en algunos pasajes de los chelos, tan propio de la música de Ravel. Al acabar, el solista regaló el preludio de Debussy La muchacha de los cabellos de lino.

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Orquestra de la Comunitat Valènciana en Les Arts, con Gaffigan y Perianes
© Miguel Lorenzo | Les Arts

Si Coll define su estilo como “flamenco ilusorio” —lo ha dicho a propósito del reciente estreno en EE.UU. de sus Two Waltzes Toward Civilization, música de cámara inspirada también en el citado poemario de Lorca—, La Valse se le podría asimilar siendo un vals ilusorio. Durante mucho rato Ravel, igual que Coll, insinúa sin llegar a mostrar, aunque en su composición el vals sí acaba estallando en un colorista tutti. Gaffingan movió el compás ternario de manera que él mismo parecía que iba a bailar en el podio. La orquesta estuvo flexible, destacando los sólidos contrabajos, otra vez las trompas y unas maderas tan empastadas que hacia el final emitieron una realista ráfaga de viento que se lo llevó todo. La forma de construir el relato en esta última pieza del concierto había tenido su equivalente en la que lo inició, Le Chasseur maudit. En este poema sinfónico de César Frank la orquesta se mostró ajustada en el continuo trote que la recorre y fantasiosa en el color. Además de las trompas que la introducen, destacaron los sólidos metales graves, la carnosidad de las violas, potenciada en su fusión con chelos y violines segundos, y la gracilidad de las maderas, alcanzando todo un sobrecogedor vuelo en la coda.

En definitiva, fue un concierto redondo, tanto en lo interpretativo como en su concepción, llena de guiños a la fantasía y los sueños, que también llenan estos últimos días del año. Felices fiestas. 

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