Además, o antes, de ser un hito en la historia de la música, el “acorde de Tristán” responde a una intención dramática: es como si Wagner buscara en esa ambigüedad que atraviesa Tristan und Isolde la suspensión del espacio y del tiempo, como si ese acorde que no se resuelve hasta el final fuera una especie de hechizo que atrapa a los personajes de la obra y la música tuviera que describir más su estado interior que las acciones exteriores. La tonalidad no se define porque aún el destino de los protagonistas es incierto, siendo este el leitmotiv. Ahí está el milagro del Tristán: la música al servicio del drama hace que aquella cobre un protagonismo estructural al punto que todo lo que sucede sobre la escena, e incluso el texto, parece resultar accesorio.
Desde este punto de vista, la versión de concierto parece no restar demasiado al conjunto, aunque para esta ocasión el Teatro Real decidió introducir algunos elementos escénicos de la mano de Justin Way, tales como cierta interacción entre personajes, algunos movimientos y objetos (el filtro de amor, la espada que da muerte a Tristán). Pero realmente lo importante era la música, y en tal sentido, deberíamos empezar por la labor de Semyon Bychkov con la Orquesta del Teatro Real. La presencia del director peterburgués era seguramente uno de los alicientes -junto al resto del reparto- para esta cita, cumpliendo sin dudas con las expectativas. Ya en el Preludio quedó claro el notable nivel donde se iba a situar la formación instrumental: un sonido muy bien empastado, luminoso y abierto, que con la orquesta dispuesta sobre el escenario se evitó esa percepción algo enlatada que a veces llega desde el foso. Bychkov fue comedido en el voltaje al principio tanto en las dinámicas como en los tempi, evitando recargar en exceso las texturas.
En el reparto, en general de muy buen nivel, asistimos en el primer acto al protagonismo de Catherine Foster, quien remplazó a Brimberg. La soprano británica demostró carácter a la hora de asumir el personaje, buena presencia escénica y solvencia desde el punto de vista vocal, con una emisión bastante constante, aunque algo irregular en el registro más bajo. Donde se la vio más cómoda y expresiva fue en las escenas con el Tristán de Schager, mientras que fluyeron con menor intensidad algunos pasajes del primer acto, especialmente cuando Isolda cuenta el episodio en el que perdonó la vida a Tristán. Gran reconocimiento a la Brangäne de Ekaterina Gubanova, quien en algunos momentos, como en la primera escena del segundo acto, brilló incluso más que Foster con una voz bien asentada en todos sus registros, limpia en los ataques, sin titubeos. Cabe mencionar a la sección masculina del coro Intermezzo, que se integró sólidamente en el engranaje del director, quien regaló momentos de brillantez más desenfadada justamente al cierre del primer acto.