Había máxima expectación en l’Auditori de Barcelona por el estreno del ciclo BCN Clàssics. La ocasión bien lo merecía pues suponía el adiós del maestro Zubin Mehta como director musical de la Filarmónica de Israel, cargo que ha desempeñado desde 1981. El maestro de Mumbay se presentaba en Barcelona con la Sinfonía núm. 3 en re menor de Gustav Mahler en los atriles, en una noche que ofrecía los mimbres para ser recordada.
La aproximación a la "panteísta" sinfonía del músico bohemio fue desde la vertiente más humana posible. La lectura de Mehta fue la de la humildad y un respeto casi clerical a las indicaciones de la partitura: dinámicas, tempi, todo fluyó hacia una visión muy terrenal de una sinfonía que según Mahler mostraría “...toda la naturaleza que hay en el mundo”, entendiendo naturaleza como un todo, la madre tierra con sus mitos Pan y Baco, las plantas y flores, los animales, el hombre, los seres celestiales y el amor. Desde el primer compás, con el famoso tema de las trompas, que estuvieron fantásticas toda la sinfonía, se percibió que no sería una versión basada en los decibelios ni en la dureza de articulación. Toda la sinfonía seguiría un tranquilo curso en las manos expertas de Mehta, que optó por un tempo ágil para este primer movimiento, el cual ocupa casi la mitad de la obra y que fue de hecho el último que compuso Mahler.
Dejando la majestuosidad y calidez de la marcha al verano que supone el primer movimiento, titulado por el compositor “Pan se despierta. El verano llega”, y que forma la primera parte de la sinfonía, nos adentramos en las preciosas miniaturas que son los movimientos centrales. En ellos pudimos escuchar momentos de una música excelsa por parte de los músicos de la Filarmónica de Israel, que estuvo siempre atenta al gesto del maestro y entregada, y sin lugar a dudas, muy emocionada -a más de un músico se le hizo difícil contener las lágrimas en los saludos finales. Así, el casi naíf segundo movimiento “Lo que me dicen las flores del campo” y el tercero “Lo que me dicen los animales del bosque”, mostraron esa inocencia de Mahler y ese sentido del humor tan incomprendido del compositor utilizando las formas clásicas del Minueto y el Rondó. Cabe destacar a los solistas de viento madera y el de trompeta, tocando el famoso solo interno de Posthorn, con una lucida interpretación.