Después de la cancelación del recital de Sir Simon Rattle y Magdalena Kožená, debido a los disturbios acontecidos en Barcelona, el concierto de la NDR Elbphilharmonie Orchester de Hamburgo acompañada por su nuevo director titular Alan Gilbert, suponía la inauguración del ciclo de conciertos Palau 100 de la temporada 2019/2020. Con las huestes de Hamburgo se presentaba el genial violinista Leonidas Kavakos que interpretó el Concierto para violín núm. 2, Sz 112 de Béla Bartók. Una primera parte con una pieza clave del repertorio violinístico del siglo XX y tras la pausa, una no menos brillante obra tan monumental como atractiva que es la Sinfonía núm. 7, en mi mayor de Anton Bruckner.
El concierto de Bartók sonó nítido como en pocas ocasiones y, como obra de madurez que es, muestra toda la genialidad del maestro húngaro. La intención de huir de la forma clásica de concierto y llevarlo hacia el terreno de las variación temática hacen todavía más estimulante su audición, más aún con la soberbia instrumentación de la que hace gala, con una presencia relevante de instrumentos poco dados a este papel como son los timbales, la percusión o el arpa. Leonidas Kavakos, acompañado de su extraordinario Stradivarius “Willemotte” de 1734, llenó con su sonido la sala modernista del Palau. Su sonido es prístino, sin concesiones, diáfano, un fiel servidor de la partitura de un Bartók, que vuelca toda su ingente labor como sabio recolector de melodías y temas provenientes del folklore que era. Mención especial merece el guante de seda que fue el acompañamiento de la NDR Elbphilharmonie, dejando en todo momento que fuera la voz solista quien luciera y sorteando con holgura todas las filigranas rítmicas que la escritura de Bartók contiene. Momentos realmente preciosistas como el segundo movimiento con sus variaciones o Allegro molto con el que concluye. Gilbert estuvo atento al detalle y dio todas y cada una de las entradas a las diferentes secciones de la orquesta, un trabajo encomiable que tuvo como resultado una lectura simplemente fantástica. El público hizo salir a saludar hasta en cuatro ocasiones al solista griego que agradeció las muestras de entusiasmo con una propina a modo de pequeña miniatura del propio Bartók.