El mes de mayo vuelve a convertir un año más a la capital coruñesa en el epicentro de la música contemporánea. En la que ya es su octava edición, el Festival Resis, generó la máxima expectación con el retorno del referencial Cuarteto Diotima. Su eximio perfeccionismo y la excelente acústica de la Iglesia de las Capuchinas fueron los ingredientes ideales para realzar tres partituras maestras en su género, vinculadas a las vanguardias de su tiempo. En concreto, las de los años cincuenta y sus ecos posteriores en el Libro para cuarteto de Pierre Boulez, parangón del rigor estructural y la exploración serialista; la redefinición de los límites del sonido instrumental que en los años setenta supuso el Gran torso de Helmut Lachenmann, y el Torso V de Marton Illés, obra de nuestro XXI que dialoga con la tradición mientras abraza la experimentación.
Fue Gran Torso de Helmut Lachenmann el protagonista central de la noche, gracias a la fascinante interpretación del Diotima. Técnica prodigiosa y una entrega casi religiosa a la partitura caracterizaron una interpretación en la que las técnicas extendidas de la música concreta instrumental como son el frotado del arco contra la base del instrumento, golpes de arcos sobre las cuerdas, pizzicato extremos, armónicos frágiles y todo tipo de articulaciones sul ponticello y sul tasto fueron ejecutadas por el Diotima con precisión milimétrica, generando una textura fragmentada donde el sonido convencional del cuarteto se metamorfoseó en ruido estructurado, que en muchos momentos llegó a alcanzar un carácter sinfónico. La acústica de la iglesia coruñesa y la proximidad entre los músicos y el público fueron decisivas para resaltar el impacto de aspectos técnicos. Cada microgesto, cada rumor y cada fulgor de la música fue interiorizado al máximo. El propio compositor hubiese sonreído emocionado cuando el eco de una tormenta lejana hizo que la más cerebral de las músicas coquetease con los sonidos de la naturaleza, haciéndolos suyos. En este estudio de tensiones discontinuas que es Gran Torso, silencio y sonido se alternan en un diálogo no narrativo que prioriza la materialidad del instrumento. La interpretación del Diotima destacó esta lógica estructural, manteniendo la integridad de la partitura sin recurrir a dramatismos superfluos; únicamente dejando que la esencia de las notas fluyese con una fidelidad absoluta, convirtiendo cada silencio y sonido en un evento musical por sí solo.