Cada vez que Ton Koopman, uno de los máximos especialistas de la actualidad en la música barroca, se adentra en el período clásico, nos demuestra que los tan citados atributos de serenidad, equilibrio, proporción, etc. que definen la música de esa etapa, no están reñidos con interpretaciones plenas de fantasía e improvisación, tan subjetivas como pueda ser la música de cualquier otro período.
Koopman, con su proverbial vitalidad y entusiasmo, dirigió a los músicos de la Sinfónica de Galicia en un programa muy didáctico integrado en su primera parte por tres obras de Carl Philipp Emmanuel Bach. La dicotomía de este compositor como padre del Clasicismo y precursor del Romanticismo quedó perfectamente reflejada en las piezas programadas. En el Concierto para dos claves en Fa, galante obra juvenil, le acompañó su esposa Tini Mathot. Ambos hicieron una lectura convincente en la que destacaron, en los movimientos extremos, el amplio rango dinámico de sus instrumentos, y en el bellísimo Largo, el sutil acompañamiento orquestal.
Dos sinfonías de la colección Wq 183 (1776) enmarcaron al concierto, dejando bien clara la evolución que experimentó el lenguaje de C. P. E. Bach en los casi cuarenta años transcurridos desde la composición del concierto Wq 46. Fueron interpretadas de forma deslumbrante. De hecho, con sus continuos cambios de tiempo, giros impredecibles y notables contrastes dinámicos, son obras que le vienen a Koopman como anillo al dedo. Este acentuó su modernidad enfatizando estos contrastes e introduciendo dramáticas pausas. Los movimientos extremos fluyeron con un carácter desbordante, mientras que los centrales, a pesar de su brevedad, alcanzaron cimas emocionales. Ante una interpretación tan auténtica el uso de instrumentos modernos –por supuesto sin vibrato– resultó absolutamente secundaria.