El ideal de imitación de la naturaleza que atraviesa el Barroco, especialmente en las artes plásticas, tiene algo de paradójico porque incurre en lo máximamente artificial. La reproducción, con lujo de detalles, de elementos naturales, que justamente por ser tales se presentan de manera espontánea, hace que nos fijemos más en la mano que los ha elaborado que en aquello que pretende representar. La música está exenta, al menos parcialmente, de este yugo comparativo y de este complejo juego de la imitación al ostentar un estatus de pureza. Hay empero algunas excepciones, como las que Jordi Savall y su Concert des Nations habían programado para esta velada de Universo Barroco. En este caso, la imitación es una excusa para poner una serie de recursos, en algunas obras realmente audaces, una experimentación que escondiéndose bajo el pretexto de imitar sonidos naturales, introduce elementos estéticos disruptivos.
Les éléments de Rebel, que abrieron el concierto, son buen prueba de ello. Comienzan con aquello que se ha definido como el primer cluster de la historia de la música, a saber, todas las notas de la escala tocadas a la vez, para indicar la yuxtaposición de los elementos en el caos originario. Frente a otras lecturas que enfatizan esa disonancia añadiendo acentos rítmicos muy marcados, la de Savall es una visión más liviana, que se orienta más a la indefinición del momento, justamente queriendo suspender el tiempo. Ya desde esos primeros compases de la obra quedaron patentes las cualidades de la formación y la impronta que su director quiso plasmar: un cuidado especial por la afinación y el equilibrio de las voces y de las partes, unas sonoridades templadas en una gama dinámica sin excesos, un fraseo circular, como si de la respiración de la tierra se tratara. En este primer bloque, cabe destacar la presencia Guy Ferber y Thomas Müller, respectivamente trompeta y trompa naturales, que colocaron con acierto sus intervenciones y que no volvieron a aparecer hasta los rutilantes bises.
El segundo bloque estuvo dedicado a Alcione de Marais, bajo el prisma del mar y sus tormentas; aquí Savall imprimió una mayor expresividad especialmente en la sección de cuerda, dibujando en algunos casos imágenes contemplativas y en otros más movimentadas, con el uso de interesantes efectos como el eolífono y la sección de percusión compuesta Pedro Estevan y Daniel Garay. Seguramente para Savall, la intención es mostrar la unidad formal de la música, más allá del carácter efectista de estas páginas; por ello, en ningún momento se abandonó una hechura bien redondeada, sin aristas, como si ese empaste rico de matices fuese lo más natural.