Siempre es de agradecer que con motivo de las presentes festividades se le ofrece al público madrileño la interpretación de obras que, por sus características, casan bien con el espíritu navideño. En estas fechas nunca faltan los valses de Strauss, la Novena de Beethoven o el Mesías de Händel. El público conoce bien estas partituras y año tras año acude a las salas de conciertos para dejarse sorprender por las orquestas que interpretan estas obras maestras. Y más aun en el caso que nos ocupa, el *Mesías* interpretado por la London&Vienna Kammerorchester, formada por los mejores músicos de varias orquestas europeas, y reforzada, en esta ocasión, por la Sociedad Coral Excelentia, y además por el ambiente sereno y recogido de la Sala de Cámara del Auditorio Nacional.
Con estos atributos basta, pues, para que a priori uno se sienta, como diría Jennens, el autor del libreto, “consolado” y “regocijado”. La obra magna se inició con una Sinfonía en la que el director presentó a una orquesta cuyo mayor rasgo destacable fue la claridad instrumental, imprescindible en estos primeros pasajes fugados. El carácter medió entre la severidad y la ligereza, y logró crear un clima introductorio eficaz cuyos máximos responsables fueron las cuerdas y el sempiterno fagot. La dirección resultaba clara en los gestos del director ucraniano, que propició una evidente precisión del equilibrio sonoro y de las acentuaciones rítmicas.
Posteriormente la orquesta asumió con solvencia su papel contrastante respecto al protagonismo de los solistas, y se dio a la tarea de proyectar los diversos estados emocionales que presentan los diferentes poemas del genial libreto, identificados en la Navidad, la Pasión y el Juicio Final. La orquesta, en suma –y si pasamos por alto alguna intervención desafortunada de las trompetas–, se mostró a la altura de sus componentes durante toda la representación.