Redenciones. Con este título ha iniciado la OCNE su nueva temporada de conciertos en el Auditorio Nacional, y además echando mano de un repertorio sugerente y de un pianista patrio consagrado. La Quinta de Mahler, nada menos, para cerrar la segunda parte del concierto inaugural; y Javier Perianes al piano, ofreciendo su particular versión del concierto de Schumann. Llama la atención, de entrada, que para un concierto inaugural se interprete una sinfonía que hace unas alusiones tan significativas a la muerte, que a todo pone fin, como sabemos, pero si hemos de ceñirnos a lo estrictamente musical, no cabe sino celebrar la elección de esta obra magna, que ha permitido testimoniar el saludable estado de forma en que se encuentra nuestra formación tras el parón estival. La interpretación del concierto de Schumann requiere, por el contrario, alguna comedida reconvención.
Hay que considerar que el Concierto para piano de Schumann no es un concierto más del repertorio, sino más bien una de las más bellas creaciones del mundo pianístico del Romanticismo, y de ahí su proliferación en las salas de conciertos. Pocos son los conciertos del siglo romántico que se le asemejan por la calidad de su estructura, por su discurso y por su contenido musical. Tampoco son insignificantes las dificultades técnicas que el pianista debe superar al afrontar esta partitura, y quienes han presenciado más de una vez las interpretaciones de este concierto saben que hasta el pianista más avezado salpica de errores el Allegro vivace.
Estos errores “mecánicos”, siempre que no interfieran en el devenir del discurso musical, carecen de importancia y no merecen comentarios. Además, no podrían darse en este caso, pues Perianes destaca, sin duda, por su habilidad para domar el teclado y para solventar las dificultades técnicas que se le interponen. Hace gala de una técnica extraordinaria y se desliza por el teclado sin comprometer la conexión con el instrumento, creando una simbiosis de agilidad, seguridad y comodidad, que genera la impresión de que tocar el piano es fácil.
Pero más allá de esto existe un contenido musical que todo intérprete debe saber transmitir, y es en este parámetro donde la interpretación se fisuró desde el principio: las maderas (oboe, clarinete y fagot) enunciaron el tema principal de acuerdo al tempo establecido por el director, y seguidamente, el piano expuso el mismo tema estableciendo su propio tempo, extinguiendo así el diálogo con la orquesta y proponiendo una interpretación donde lo expresivo y lo ralentizado se confundirían hasta no poder distinguirse uno de otro. Tampoco la orquesta y el director se mostraron mucho más entusiastas en esta primera parte, normalmente muy contenidos, y en ocasiones desequilibrados.