Solemnidad y brío para iniciar la primavera: metales y percusiones de la OFCM en la Iglesia de Santo Domingo

Julio Briseño, miembro fundador y trombonista principal de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, dirigió un conjunto de metales y percusiones en un variado programa de música de cámara que abarcó casi quinientos años. Como parte de la Noche de Primavera de la Ciudad de México, el concierto se celebró en una iglesia barroca del Centro Histórico.

El concierto comenzó con un fragmento de Ihr lieben Christen, freut euch nun, de Buxtehude. Aunque técnicamente competente, la dinámica era algo apagada, la disposición de los músicos impedía verlos y parecía que el conjunto se estaba adaptando a la acústica de la iglesia. En la siguiente pieza, Greensleeves, la disposición fue abierta, con los músicos tocando desde distintas esquinas de la iglesia. Las texturas polifónicas se destacaron mucho más con esta colocación, y los contrastes dinámicos también fueron más fuertes.

Tras una breve pieza renacentista de Pierre Attaingnant y Claude Gervaise, para la gran Música fúnebre para la Reina María de Henry Purcell, los intérpretes se dispusieron de nuevo en círculo. Aquí se contó con la colaboración de bailarines que contribuyeron a la representación llevando, por ejemplo, un ataúd por el pasillo central. Aunque hubo algunos problemas de sincronización con la percusión procedente de diferentes rincones de la iglesia, en general fue una actuación eficaz.

La Sonata sopra Sancta Maria, de Monteverdi fue una excursión a la música de principios del Barroco. Aunque todos los músicos volvieron a la parte delantera de la iglesia, los trompistas se colocaron en los escalones de la nave, mejorando tanto la visibilidad como el sonido, una práctica que debería haberse observado en todas las piezas que no se tocaron en disposiciones espaciales alternativas. Siguió el estreno de Santuario de cactus, del compositor mexicano Eduardo Soto Millán, que no solo incorporó un formato redondo modificado, sino también incluyó una disposición lumínica diferente (en tonos morados), bailarinas con velos transparentes y un montaje aparentemente aleatorio en el que el director sostenía carteles con letras y números hacia diferentes rincones de la iglesia, alertando a los músicos de las notas que debían tocar. No había melodías distinguibles, solo acordes en bloque, algo que encajaba bien con la cavernosa acústica de la iglesia.

El Ecce sacerdos magnus, de Bruckner, la única obra romántica en el programa, vio por fin a los músicos tocar en un verdadero fortissimo, un efecto muy satisfactorio tras una serie de piezas más solemnes y tenues. La velada se cerró con la Suite núm. 1, de Gustav Holst, una pieza brillante y jubilosa que termina con un rugiente acorde fortissimo. Se añadieron dos contrabajistas al ensemble y brilló toda la sección de percusión, en particular el bombo. El tercer movimiento se repitió como bis tras un estruendoso aplauso: una exuberante conclusión de la Noche de Primavera.