Se sabe que Verdi quiso llamar a su última obra dramática Iago y no Otello, solo a última hora renunció. Tal es la importancia de este secundario: un personaje perverso, de maldad sin fisuras ni razones, puro veneno, un maestro de marionetas que maneja a su antojo la trama de la más famosa historia de celos. Este es precisamente el enfoque de la producción del Festival de Peralada de este año: Iago reina, él es la estrella.
Y alrededor de esta idea, presentada como un reencuentro con Shakespeare, el director Paco Azorín ha desarrollado un envoltorio potente, contemporáneo, capaz de atraer a nuevos públicos sin escandalizar a los habituales; para muestra, la videocampaña previa al estreno en redes sociales, que demuestra que el marketing viral está llegando también al mundo de la lírica. Sobre un fondo de lienzos móviles de cemento, Azorín construye los escenarios para los diferentes actos, combinando iluminación y proyecciones cargadas de símbolos para subrayar los elementos dramáticos. El vestuario, en paleta de negros –tan solo hay blanco para Desdémona–, actualiza la acción sin perder las referencias renacentistas. Sus recursos estéticos, acrobacias escénicas y apuntes homoeróticos se inspiran sin tapujos en el trabajo del esloveno Tomaz Pandur –el tercer acto es una réplica descarada de su Fausto; nada que objetar, las buenas ideas deben expandirse, pero es justo reconocer las influencias.
Iago, vayamos primero con el protagonista de este Otello, se ha confiado a Carlos Alvarez que, por si aún quedaban dudas, demuestra con esta actuación que sus lesiones vocales son cosa del pasado. Caracterizado como una especie de Mefistófeles punk, y siempre acompañado de su jauría de hidalgos negros –la expresión de sus malvados recursos–, está presente en todas las escenas de la representación, bien participando o vigilando. Presumió de potencia en toda la tesitura, buen fiato y un cálido color vocal, además de excelentes dotes interpretativas. El americano Gregory Kunde interpreta a Otello, su víctima directa. Este tenor ha alcanzado una madurez muy interesante, conserva todo el refinamiento de su etapa belcantista, completado ahora con más fuerza y oscuridad, una perfecta combinación para el papel de más peso del repertorio italiano, y la demostración de que para cantar papeles dramáticos no hace falta gritar. Una pareja masculina de auténtico lujo.