Entre terribles anda la Oviedo Filarmonía últimamente. Todavía con el eco de la controvertida zarzuela El Terrible Pérez que apenas dos semanas atrás ponía en escena en el Teatro Campoamor, el público pudo contrastar aquello con el intenso concierto ofrecido el pasado miércoles, y que nos sitúa en la Rusia del siglo XVI ante el Zar Iván IV Vasílievich -en la antítesis de aquel humorístico e hilarante castizo personaje-.
La composición fue creada por Sergei Prokófiev como banda sonora para la película homónima dirigida por S. Eisenstein. Sin embargo en esta ocasión no fue el propio compositor el que realizó la versión concertante, tarea encargada a Abraham Stassevitch en 1961 en una interpretación que respeta íntegramente la música original. La obra requiere de buenas dosis de inaginación debido a los numerosos cambios de tempo y dinámica que posee, todo para lograr una continuidad sonora atractiva y comprensible al espectador y no caer en la mera sucesión de fragmentos musicales desconectados entre sí.
En este sentido la batuta del director titular de la orquesta Marzio Conti fue definitiva: con beligerante personalidad trató de mantener un amplio espectro de contrastes desde el intenso e impulsivo tema inicial (tan recurrente a lo largo de la partitura), hasta los suaves y compasivos pasajes finales. Sin embargo, toda la compleja gama orquestal que propone Prokófiev se vio ligeramente desdibujada. El director centró sus miras en tallar y matizar las melodías que se iban sucediendo, y en ese lugar se sintió cómodo -ejemplificado por los finales de los coros que terminaban constantemente en una larga nota que se desvanecía en el silencio de la sala-; sin embargo descuidó los pasajes intermedios que complementan esas ideas, desencajando ciertas entradas de los músicos y convirtiendo unas secciones llenas de color y textura en episodios difuminados donde los matices se daban por perdidos.