Adviertan vuesas mercedes, que cien años se han cumplido desde que Falla concluyera El retablo de maese Pedro. Con tal motivo, representaciones, conciertos, charlas y conferencias se han sucedido por toda la geografía española y parte de la europea, dando cuenta de los pormenores de sus características y gestación. El punto de partida, varias tentativas anteriores sobre teatro de marionetas —no todas ellas exitosas—, cometidas por los amigos Lorca, Falla y Hermenegildo Lanz, escenógrafo y figurinista. Y he aquí, como un nieto de éste, Enrique Lanz, fundó en la mismísima Granada la compañía titiritera Etcétera, cuya versión presentó Les Arts, uniéndose a la celebración.
La producción ya tiene algunos años (Teatro Real de Madrid, 2009), pero no ha perdido ni un ápice de su capacidad de deslumbrar, tanto a mayores como a pequeños. Aquel “devoto homenaje a la gloria de Cervantes”, en palabras del propio compositor, sigue la idea del gaditano de hacer uso de unas figuras grandes, para representar a D. Quijote, Sancho y otros espectadores, y otras, más planas, para los personajes que dentro del retablo propiamente dicho representan el drama de Melisendra y Don Gaiferos. Si las primeras sorprenden por su talla y modelado, las segundas, por ser una suerte de títeres de cachiporra de hechuras románicas, acordes con los cantares de gesta y romances carolingios en los que se basa el relato cervantino. Pero lo más importante es que constituyen dos planos narrativos diferenciados, en los que se iguala al público real con los citados espectadores de ficción, multiplicando el efecto ilusorio y maravilloso, aderezado por un rico juego de luces y sombras, proyecciones y movimiento.
La partitura, influenciada por el neoclasicismo de entreguerras, ha sido considerada como un punto de inflexión en la poética de Manuel de Falla, y no hay que olvidar que Pierre Boulez y el Ensemble Intercontemporain la pusieron a la altura de Renard, de Stravinsky, y Pierrot lunaire, de Schönberg. Sin embargo, El retablo bebe más del primero que del segundo. Además, la vocalidad que demanda nace de lo popular, del modo de decir los pregones y letanías castellanos, como demostró el Trujumán encarnado por Iria Goti. Maximiliano Spósito abordó con eficacia la línea escrita para Maese Pedro y Daniel Gallegos revistió de nobleza a D. Quijote, pero se quedó un tanto corto de decibelios en algún pasaje, dado que la textura orquestal que acompaña a este personaje es más compleja que la del resto.