Amena velada musical de la Orquesta Sinfónica de Galicia construida en base a una ecléctica selección musical, estimulante y accesible, pensada para encandilar al gran público. Todas las obras de la noche poseían un carácter descriptivo marcado y eran reflejo de la habilidad orquestadora de sus autores. La obertura The Wasps (Las avispas) fue el infrecuente preludio de la noche. Pieza temprana en la carrera de Vaughan Williams, es una excelente carta de presentación de su exitosa mezcla de lirismo con la pomposidad de la música marcial británica. Diez minutos de música descriptiva que se abre con la inquietante representación del zumbido de las abejas. Desde el pódium la directora inglesa Larsen-Maguire dirigió con impulso enérgico las marchas y perfiló una sección central lírica y emocionante, con las cuerdas magníficamente respaldadas por trompas y maderas, sin olvidar el hermoso solo del concertino Spadano, que subrayó la efusividad de esta sección.
De fascinante hay que calificar el estreno en España de In unison, Concierto para dos pianos (2018) de Joey Roukens. Sus mediáticos dedicatarios, los hermanos Jussen, traían consigo un producto bien distinto al bucólico concierto de Poulenc que habían presentado en su última visita a la OSG. Estamos ante música contemporánea, convencional en su lenguaje, pero elevada por su despliegue de maestría orquestal. La Neon Tocata inicial fue una auténtica explosión de psicodelia, donde lo histriónico eclipsó a lo puramente musical. Resulta complicado encapsular en palabras esta obra, medio perfecto para que los hiperactivos hermanos Lucas y Arthur Jussen exhibiesen su desbordante estilo pianístico. Evocadora de las mejores bandas sonoras de películas de acción, sus clímax alcanzan magnitudes decibélicas colosales entre las que afloran melodías minimalistas adornadas por la percusión hasta lo indecible; una deuda evidente con John Adams.
El movimiento lento What if, aunque no menos percusivo, aporta respiro dinámico, construyendo una atmósfera contemplativa a la altura de los mejores chillout. Inesperadamente, el oyente es transportado a dos clímax hollywoodenses, subrayados por metales disonantes: el primero apasionado, el segundo apocalíptico, adornado por un resonar de campanas y estruendosos golpes de bombo. Si un día ChatGPT se aventura a componer un concierto, no creo que difiriese excesivamente el resultado. La OSG, guiada por la lúcida batuta de Larsen-Maguire, en un alarde de profesionalidad se movió en todo momento como pez en el agua por este mundo sonoro tan diferente del suyo propio. Dark Ride, de acuerdo a su título, fue una galopante cabalgata que, con sus ritmos percusivos, acentuados por metales con sordina y vientos disonantes, creó una atmósfera digna de la mejor misión imposible. Como no podía ser de otra forma, culminó con un clímax infinito en el que el timbal asumió el protagonismo absoluto. El público, siempre en busca de nuevas experiencias musicales, recibió con entusiasmo este peculiar fresco sonoro, pero qué mejor para desintoxicarse que la espiritual propina: la transcripción de Kurtág del Actus Tragicus bachiano.