La temporada de la Sinfónica de Galicia continuó su periplo con un aforo creciente que de forma progresiva se acerca al tan deseado cien por cien. Aforo que conlleva recuperar toses inoportunas, ruidosos caramelos, móviles, voces infantiles y ese largo etcétera que formaba parte de la vieja normalidad. Pero la pandemia nos ha enseñado a ser flexibles, así que obviando estos imponderables, disfrutamos al máximo viendo en acción al santanderino Jaime Martín, uno de los directores españoles más influyente del momento. Sus titularidades en las cuatro esquinas del globo, más su nombramiento como principal invitado de la ONE, convierten a sus conciertos en España un auténtico privilegio.
El hermoso programa se inició con la Obertura en do mayor de Fanny Mendelssohn; su única obra para orquesta no vocal, escrita el mismo año que su hermano escribía la Sinfonía núm. 5. Su programación se suma a la reivindicación por parte de la OSG de mujeres compositoras como Alma Mahler, Clara Wieck y Louise Farrenc. Es Mendelssohn una compositora casi inédita en España; injustamente, pues se trata de una voz musical propia, aunque con lógicas afinidades con la música de su hermano y de otros coetáneos. Su obertura es una pieza sofisticada y extrovertida. La introducción, con su ensoñador diálogo de las maderas –en el que hubo algún desajuste- y las ondulantes melodías de las cuerdas, inspiró la Renana de Schumann. Tras un hermoso solo de la flauta –con una excelsa María José Ortuño, discípula en su día de Martín– éste construyó de forma orgánica, la importante transición al Allegro di molto. En el desarrollo, los dos temas principales, impetuoso y lírico, dialogaron de forma fluida. La coda, Piu presto e sempre acelerando, es problemática para el director, pero fue bien recibida por un público que en su fuero interno lamentaba el silenciamiento en vida de creadoras como Mendelssohn.