Pocos directores de cine han tenido una relación tan intensa con las bandas sonoras de sus películas como Stanley Kubrick, y en el caso del director neoyorquino, la utilización de música clásica está resuelta siempre de forma magistral. ¿Quién no recuerda el “valse espacial” Straussiano en 2001, una odisea en el espacio o el genial uso de la música de Bartok en El resplandor?, por poner solo dos ejemplos. Kubrick, que era un perfeccionista enfermizo, veía clara la justificación para utilizar obras de música clásica y contemporánea en sus cintas, y así de tajante lo expresaba durante una entrevista: “A pesar de todo lo buenos que puedan ser nuestros mejores compositores de música para cine, no son unos Beethoven, unos Mozart o unos Brahms. ¿Por qué utilizar música peor, cuando existe una gran cantidad disponible de música orquestal genial del pasado y de nuestro propio tiempo?”. Su controvertida obra es de las más estudiadas, y después de su muerte en 1999, todavía más.
A Clockwork Orange (1971), basada en la novela de 1962 de Anthony Burgess es un buen ejemplo de cómo la música clásica puede ser re-contextualizada y entonces adquirir nuevos significados dependiendo de la intencionalidad del autor. Intentaremos “pelar” un poco esta naranja para dar luz a algunos aspectos en los que tal vez nunca habíamos reparado.
Ya desde la estructura de la novela, conviene recordar que en la película de Kubrick se omite el último capítulo (21) en el que Alex se redime y cuenta cómo ha cambiado, podemos apreciar su relación con el mundo musical, incluso a nivel formal. Estamos ante una forma ABA típica de un aria operística, empezando cada una de las tres partes con la misma frase: “¿Y ahora qué pasa, eh?”, dicha por Alex en la primera y tercera parte, y en la segunda por el guardia de la prisión. También podemos observar cómo se alude a la forma de fuga en espejo del periodo Barroco, ya que la aparición de personajes de la primera parte (el vagabundo y el escritor), se repetirá en la tercera (escritor y vagabundo), en lo que podríamos considerar como una A', es decir una variación del motivo A de la primera parte. Del mismo modo, podemos ver como los escenarios de cada una de las partes vuelven a coincidir con la estructura ABA (Ciudad/Campo-Prisión-Ciudad/Campo). Así:
A: Alex: “¿Y ahora qué pasa, eh?”, transcurre en la ciudad o el campo.
B: Guardia: “¿Y ahora qué pasa, eh?”, transcurre en la prisión.
A': Alex: “¿Y ahora qué pasa, eh?”, transcurre en la ciudad o el campo.
Es sintomático y curioso el comprobar también como el número de capítulos de cada parte (siete) coincide con el de las notas musicales. Burgess, más tarde, volvería a la forma musical como estructura al escribir Sinfonía napoleónica. Una novela en cuatro movimientos (1974), en homenaje a la Heroica de Beethoven.
Respecto al uso de las citas musicales de la novela en la película, Kubrick omitirá a Mozart y Bach y centrará en Beethoven y su Novena toda la fuerza simbólica. En la cinta, de la cual más de tres cuartas partes contienen música, Kubrick utilizará además a Rossini, Rimsky-Korsakov, Elgar y Purcell en la versión con sintetizadores Moog de Wendy Carlos. La selección se complementa con citas a la música popular con dos canciones inglesas: “Molly Malone” y “I Want to Marry a Lighthouse Keeper”, así como la famosa utilización de “Singin' in the Rain”, de Gene Kelly en la escena de la violación en casa del escritor. La repetición de esta última, esta vez silbada por Alex, hace recordar al mismo escritor que fue él quien, enmascarado, violó y mató a su mujer.
Detengámonos ahora en Purcell y su “marcha” para Music for the Funeral of Queen Mary, en la versión de Wendy Carlos con la que comienza la película y que aparecerá en seis ocasiones más. La aparente incongruencia de utilizar una música tan solemne para designar a Alex y sus “drugos” queda despejada si hurgamos un poco más en la historia y comprobamos que la misma música de Purcell fue utilizada mucho antes del funeral para la reina Mary II que tuvo lugar en 1695; en concreto lo hizo Thomas Shadwell, dramaturgo inglés, en su obra The Libertine, escrita en 1675 y que pasa por ser la primera versión de El burlador de Sevilla de Tirso de Molina en inglés, y por tanto, la precursora del mito de Don Juan en el mundo anglosajón. Estamos pues ante una más que plausible relación entre el personaje de Alex (nombre que en latín podríamos traducir por “sin ley”, A-lex) y uno de los tres o cuatro arquetipos de la literatura universal, el Don Juan o mejor aún, Il dissoluto punito, como reza el título completo del Don Giovanni mozartiano. Shadwell seguramente habría estado influenciado por la versión de Molière estrenada apenas diez años antes de su obra, y estos influenciarían a Da Ponte en su libreto para la genial ópera de Mozart.
En una escena de la primera parte, Alex pone en su equipo de Hi-Fi un minicasete de Beethoven, en concreto la grabación de la Novena por Ferenc Fricsay y la Berliner Philharmoniker, una versión que está entre las mejores que nunca se han hecho de la Sinfonía Coral. Esta muestra de música diegética por parte de Kubrick, nos indica también el valor de la “alta cultura” y la audiofilia para Alex, ya que hace alusión directa a los medios de reproducción: el soporte (un futurista por aquel entonces minicasete) y pone en valor a la discográfica (Deutsche Grammophon) y a la versión (en este caso Fricsay/BPO). Ya no estamos hablando de un mero gusto por lo musical, sino de mucho más allá, una forma refinada del disfrute de la obra de arte. Su disfrute musical y audiófilo solo es comparable al impulso sexual y violento que le domina. Durante toda la película aparecen gadgets para audiófilos de la época: equipos Hi-Fi para hogares, equipos más profesionales, tocadiscos, auriculares, altavoces, LP, minicasete, radiorreceptores, etc. Un hedonismo audiófilo que también se ve en su gusto por las tiendas de discos. Alex DeLarge canta y silba en varias ocasiones durante la acción, es una persona “musical” en alto grado. Esta pulsión vital nos recuerda de nuevo al arquetipo del Don Juan y sus irrefrenables ganas de vivir la vida, y vivirla intensamente.