Concierto para violín de Brahms

Béla Bartók asume en su Concierto para orquesta de 1943 el reto de articular un discurso rico en diálogos entre secciones, entendiendo el virtuosismo de forma orgánica y no en un sentido fundamentalmente técnico ni individual. Explorar las posibilidades del conjunto sinfónico sin que esta investigación tenga la forma de una ruptura con la tradición, sino un regusto de atemporalidad, como si desde siempre hubiera existido, es seguramente uno de los méritos más cautivadores de la pieza.

Profundamente ortodoxo, a la vez que representativo de la originalidad y la intensidad de emociones exigida durante el Romanticismo, puede considerarse el concierto para violín de Johannes Brahms. Con permiso de Beethoven, autor de una pieza pionera -y, por tanto, de referencia-, nos atrevemos a decir que se trata del más paradigmático, tanto desde un punto de vista formal como del contenido. La complejidad del tratamiento orquestal -gestionado por el titular de la OBC, Ludovic Morlot- se desplegará en fascinante tensión con la voz solista, la del violín de Augustin Hadelich.