Einstein on the Beach

Ópera bajo mínimos

Allá por 1975, el compositor norteamericano Philip Glass conducía un taxi para ganarse la vida. También había sido fontanero y hasta había montado con su colega Steve Reich una efímera empresa de mudanzas. A Glass -esto lo cuenta muy bien Alex Ross en El ruido eterno- no le interesaban los intensos debates estéticos de las vanguardias europeas, ni mucho menos la música que resultaba de dichos debates. Hasta que Reich lo puso en la senda del minimalismo, su gusto se decantaba por la música oriental.

La propuesta de los minimalistas era consistente, pero no académica. Chocaba, eso sí, con eso que ha caracterizado la música occidental durante siglos: la gran forma, la gran línea, el gran gesto. Einstein on the Beach, creada a mediados de los setenta con el director de escena Robert Wilson, echa por tierra todo lo que sustenta el concepto operístico tradicional. Sin libreto ni hilo argumental, sin continuidad dramática ni personajes definidos. Sólo objetos encontrados, lejanos ecos musicales, escenas aparentemente inconexas. Glass y Wilson habían creado un teatro nuevo, contemporáneo, extrañamente atractivo y sugerente.

Einstein on the Beach (para entender el título tendrá que venir a verla) llega por vez primera al Teatro de la Maestranza con el lujo de la cantante, compositora y escritora Suzanne Vega como narradora de este espectáculo que, medio siglo después de su estreno, sigue fascinando al público por su novedad, su raro lirismo y su insólita belleza.