El humor y la ironía proyectados desde el lenguaje musical hace muy ameno inundarse en la dependencia hacia pequeños elementos cotidianos y sus problemas de comunicación. Esta fue la tónica y apuesta de la OEX al presentar por primera vez óperas cómicas, como El teléfono de Menotti y El secreto de Susana de Wolf-Ferrari, fue una idea acertadísima.
Sin elementos coreográficos, escenográficos y con los objetos estrictamente necesarios, se podía apreciar mejor los detalles musicales e interpretativos del pequeño mundo de cada pareja. Así, los perturbadores smartphones paseándose, desde el primer instante, en las manos de los protagonistas de El teléfono de Menotti, fue un inteligente acierto y, al mismo tiempo, situaba la trama en la actualidad. La obertura instrumental sonó contenida y correcta, para ir progresivamente alimentando la divertida complicidad musical entre los intérpretes vocales. Por su parte, Raquel Lojendio, como Lucy, solventó con una grandiosa habilidad las zonas de paso y apoyo, para trasmitir desenfadadamente las preocupaciones de cada llamada telefónica.
Destacó un dinamismo continuo y fluido en los dúos y discusiones de Ben, a cargo de Javier Franco, y Lucy, a través de un exquisito equilibrio y control del fraseo con los crescendo y decrescendo. Aunque en ciertos momentos, descompensadas dinámicas fuertes no permitían apreciar claramente la voz del barítono. El dramatismo crecía pícaramente al hacer participar momentáneamente al director, ayudando a marcar las cifras del número de teléfono y dilatando el tempo de las secciones de los vientos y pizzicato de las cuerdas, conllevando el desespero de Ben ante el desmesurado uso del teléfono. Incluso en esas largas esperas, Ben consultaba su teléfono subrayando la ceguedad ante las adicciones. Los sutiles apoyos orquestales para contrarrestar cada momento emocional, desde la propuesta de Salado con las marcadas entradas y sin uniones bruscas en el conjunto, obtenían colores brillantes para cada sección tímbrica. Para aliviar la intensidad mantenida, el dúo final convertido en un amor a tres, fue un punto cumbre, divertido y cantábile, ante la pasmosa naturalidad con que flexionaban espaciadamente las melodías de ida y vuelta. El apego a las nuevas tecnologías se remató actoralmente por parte de Lojendio, inmortalizando la velada con un selfie con el público del Palacio de Congresos de Cáceres en medio de los agradecimientos, parodiando el olvidarse de disfrutar del momento y ocupándose solo capturarlo con las pantallas.