La Orquesta de Extremadura inició nueva temporada con un programa tan desafiante técnicamente, como excitante para los sentidos, desde una obra contemporánea a obras clásicas. La concisa y nueva obra de Tomás Marco llamada Extremeña, se constituye canalizando breves motivos folclóricos extremeños, moviéndolos por diferentes secciones orquestales. En un inicio, estos motivos aparecen distantes gracias a la elección de Andrés Salado por subrayar el oscuro papel tímbrico de la percusión sobre aisladas intervenciones de los vientos-madera. Esta sencilla base se expande al convertir los pequeños motivos en melodías. Estas últimas entran, salen y se superponen en continuos arrebatos y combinaciones de texturas. Desde lo rapsódico a lo dancístico, los contrastes discurrieron con una tosquedad intencionada y una crudeza natural que quedó rematada por la riqueza armónica del viento-metal. En suma, un estreno cristalino por parte de la agrupación extremeña.
Arrastrados por el ímpetu, dio arranque a una Sinfonía núm. 1, op. 38 de Schumann contenida. En el primer movimiento se apreció la explosiva luminosidad de esta Sinfonía primavera por una tímbrica reluciente de viento-metal y dinámicas impetuosas. Resultado que fue alimentado por una rítmica muy medida basada en subrayar, con contados acentos, las frases de las secciones orquestales, así como arrebatadores crescendi. Una interpretación intensa que en el Larghetto se siguió apreciando desde el lado opuesto, es decir, apareció una fuerte carga de lirismo. Los dos últimos movimientos fueron vibrantes, con ritmos dancísticos y espacio a pasajes notables de los vientos-madera; junto con una elección de tempi y dinámicas que permitieron dar voz a melodías secundarias. En suma, una versión clara que contribuyó a crear la sensación de espontaneidad.
Acto seguido, llegó el momento más destacado con el Concierto para piano núm. 5, “Emperador”, de Beethoven. La exposición de temas orquestales en allegro fueron enriquecidos con un gran trabajo en sones, ritmos apuntillados y cantos triunfales, además de con dinámicas extremas en los tutti. Una vigorosidad secundada por cada una de las intervenciones del pianista Juan Floristán, debido al dominio excelente de detalles técnicos en escalas, arpegios y trinos. Supo plasmar maravillosas turbulencias sonoras en pasajes rítmicos, como preciosas y frescas impregnaciones en las secciones de acompañamiento a los vientos. Si bien es cierto que, en el segundo movimiento, un tempo fluido por parte del director permitió el cuidado de cromatismos y resonancias en el pedal del piano para llegar a la máxima musicalidad en los pasajes líricos.
Mas cabe decir, que en el último movimiento, la enorme capacidad expresiva del pianista para dar un carácter improvisador permitió una relación de bellas dinámicas y rubatos. Esta flexibilidad sería puesta en énfasis para dar dinamismo y personalidad a los diálogos cómplices finales con la orquesta. Así, resultó una lectura atractiva de gestos ágiles y convicción atmosférica.