Tras la ya referencial participación del Diotima, el Festival RESIS daba cabida en el Museo de Bellas Artes de A Coruña al Cuarteto Gerhard, en lo que constituía su segunda visita al festival, aunque con una formación ligeramente modificada por la sustitución de la violinista habitual, Judit Bardolet, por su hermano Joel. Este cambio no afectó lo más mínimo a lo cohesionado del sonido ni a ni a la impecable química interpretativa del ensemble, que mantuvo su característica precisión y profundidad expresiva. Un hermoso ejemplo de endogamia artística, entendida como una meritoria afinidad musical y familiar. El programa abarcó un arco temporal amplio: desde el seminal Cuarteto de cuerdas núm. 8 de Dmitri Shostakovich, pasando por el Cuarteto de Witold Lutosławski, hasta el estreno de Liñas de auga de Jacobo Gaspar. Un magnífico ejemplo de la versatilidad del ensemble.
El Cuarteto de Lutosławski, con su estructura aleatoria controlada y su exploración de texturas, sigue siendo décadas después un desafío técnico que el Gerhard superó con maestría. La libertad rítmica que permiten las secciones aleatorias requiere una interacción casi telepática entre los intérpretes. La Introducción, típica del Lutosławski lapidario y sintético, pide en esta ocasión una dinámica más austera de lo habitual. Esto, sin embargo, no debe ir en detrimento de la incisividad. En ese sentido, la solvente ejecución del Gerhard fue lastrada por la acústica de la sala, ni cálida ni reverberante, que no favoreció la proyección de los matices más sutiles. En la mente de todos planeaba el festín sonoro que ofreció el Diotima en la Iglesia de las Capuchinas, con su acústica potenciadora.
Resultó fascinante el clímax central de la obra, en el cual la superposición de eventos sonoros dispares genera una tensión polifónica casi caótica. Se trata de una escritura rítmicamente asincrónica, donde cada instrumento sigue trayectorias independientes que convergen en un punto de máxima densidad. Frente a ella, el Gerhard exhibió una precisión milimétrica, con una grata coordinación de los pizzicati sincronizados y de los glissandi colectivos. La resolución de la tensión condujo a una disolución gradual de las texturas, con estratégicos silencios que devolvieron la obra a un estado de fragilidad controlada. El control dinámico excepcional del cuarteto generó una sensación de catarsis contenida que cosechó merecidos aplausos del público que abarrotaba la sala.