El estreno español de Drifts, de Sebastian Fagerlund, la presencia de la glamourosa pianista georgiana Khatia Buniatishvili y la interpretación de una pieza capital del repertorio sinfónico del siglo XX como La consagración de la primavera fueron los ingredientes del concierto que cerró la temporada de la Sinfónica de Galicia. Un completo y atractivo programa que tuvo lugar el viernes 15 y el sábado 16, con el titular Dima Slobodeniouk, al frente.
Drifts fue el fruto de un encargo conjunto de la OSG y las orquestas de la Radio Finesa y de Göteborg. Slobodeniouk es un paladín de la obra de Fagerlund del cual ha estrenado en España su poema sinfónico Isola y su Concierto para violín. Fagerlund -la temporada pasada compositor residente del Concertgebouw de Ámsterdam- posee un estilo propio marcado por ritmos incisivos, orquestaciones robustas y la apuesta por una narrativa basada en dramáticos y amplios arcos sonoros en los que el discurso musical se transforma orgánicamente. La implicación de todas las secciones orquestales fue máxima, dando vida una intensísima interpretación que en ningún momento sonó cauta o rutinaria. La impecable escritura orquestal de Fagerlund brilló en los abrumadores juegos polifónicos que recorren la partitura de extremo a extremo, así como en las densísimas texturas de los clímax. Se trata de una estimable adición al catálogo del compositor.
Tras su Primero de Beethoven de la temporada pasada, Khatia Buniatishvili volvía al Palacio de la Ópera y con ella llegaba nuevamente la polémica. Su desinhibida y sensual actitud en el piano y por supuesto su vestimenta -elegante el viernes, enormemente transparente el sábado-, no dejó a nadie indiferente. Irritante para algunos, elogiada por otros, no debe ser este aspecto considerado como banal en el contexto de una crítica musical. Por mucho que busquemos en un creador la esencia de su interpretación, sus señas de identidad están en muchas ocasiones en lo accesorio que a este le rodea. Y lo cierto es que el halo que envuelve a la pianista contribuyó a que más de tres mil personas acudieran el fin de semana al Palacio de la Ópera.
Es Buniatishvili una pianista completísima que se mueve con soltura en todo tipo de registros: tanto en los numerosos pasajes de bravura que recorren el Primero de Tchaikovsky, como en sus momentos más líricos desplegó virtuosismo y sensibilidad a partes iguales. Fue en este último terreno donde se mostró más individual, expandiendo tiempos al máximo y reduciendo las dinámicas al límite. El contraste fue máximo con las dos cadencias del primer movimiento o los vendavales de escalas de octavas en ambas manos del final. Pasajes al límite resueltos con rapidez y claridad, rozando la perfección. Igualmente llamó la atención como su uso consciente del pedal no se vio afectado, milagrosamente, por sus tacones de vértigo. Únicamente se resiente esta pianista de un volumen y cuerpo sonoro algo escaso, muy especialmente en los graves, hasta el punto de que intenta compensar este aspecto alzándose en la banqueta. Slobodeniouk mostró una vez más su lucidez en el repertorio ruso, inclinándose por llevar la bacanal final a un tiempo vertiginoso. En sus dos propinas, Claro de luna el viernes y Minueto de Handel el sábado, Buniatishvili se mostró tan intimista como poco idiomática, pero sin duda hizo las delicias de muchos, entre los que me incluyo.