El debut de Håkan Hardenberger con la Sinfónica de Galicia permitió al público coruñés disfrutar en primicia del estreno en España de una apasionante creación contemporánea: Dramatis personae para trompeta y orquesta del compositor australiano Brett Dean. La obra está estructurada en tres movimientos de los cuales el central, titulado "Soliloquy", es de carácter más introspectivo. Hasta ahí llegaron las analogías con el concierto tradicional. Dean concibe la forma concertística como una estructura orgánica en la que no existe solución de continuidad entre solista y orquesta. Al contrario, ambos elementos forman un ente orgánico en el que la trompeta da vida a un peculiar superhéroe que ha de enfrentarse a una caótica masa orquestal.
Integrar al solista en las densísimas texturas orquestales de una forma creíble no fue el único reto al que se enfrentó exitosamente el director, Rumon Gamba. Éste fue capaz de guiar a la orquesta a través de los complejísimos ritmos de la obra, sin caer presa del pánico, y acompañando al mismo tiempo al solista con una atención exquisita, virtualmente respirando con él en todo momento. Si a todo esto sumamos la excelencia técnica de Håkan Hardenberger el resultado fue una interpretación impactante.
El primer movimiento "Fall of a Superhero" dio vida a una lucha titánica entre el discurso del solista –fragmentario, pero al mismo tiempo palpitante- y una paleta orquestal frenética. Esta abrupta dialéctica sólo encontró reposo en una onírica disolución que dio paso al citado"Soliloquy". De un carácter más poético, éste permitió que el solista expandiese hasta el límite el rango expresivo de su instrumento. El tercer movimiento, "The Accidental Revolutionary", adquirió características casi operísticas cuando Hardenberger se integró con la sección de trompetas, que previamente se había dispersado hacia las alas del escenario, abordando conjuntamente con sus colegas una optimista y revolucionaria marcha. Ésta fue cobrando un protagonismo creciente, siempre al margen de un caótico collage orquestal en el cual se mezclaban ritmos de danza con todo tipo de cacofonías. Todo un alarde por parte de Dean de multitemporalidad de los planos sonoros, digno del mejor Charles Ives. Para culminar esta experiencia sonora, tan antitética al concierto clásico, puso punto final a la obra el inesperado y llamativo sonido de una carraca agitada por unos de los violinistas. Prolongadas ovaciones demostraron que los intérpretes habían obrado el milagro de hacer amena y comprensible una partitura en absoluto accesible.