No es difícil hallar en la literatura crítico-musical cierto arquetipo que recorre la mayoría de los textos celebratorios. Se trata de un esquema, por lo demás, razonable, consecuente con el entusiasmo que comporta la vivencia del acontecimiento. El recuerdo de la clase de conciertos que aquí conciernen, recortado, a causa de los atributos que fueren, como excepcional sobre una serie de experiencias similares –pero, en cualquier caso, menos emocionantes y sorpresivas–, toma posesión del cronista, tiñendo su escritura de una desmesura análoga a la que embarga al “alma” durante el momento extático de la escucha –cuando la memoria, casi inconscientemente, levanta acta de una vez para siempre y habilita la posibilidad de elaborar en el futuro toda suerte de relatos y citas a propósito de dicha impronta, que ya comprende una valoración determinada–. El interrogante que se plantea, entonces, radica en el cariz exagerado que impregna el tono de las mencionadas reseñas, en las que, no pocas veces, la retórica mitológica representa el recurso más socorrido –léase: el más frecuente– para aproximarse, siquiera de forma asintótica, a la turbación provocada por la música. Y sin embargo: ¿de qué otro modo podría el sujeto en cuestión dar adecuada cuenta de ese carácter extraordinario si, al mismo tiempo, alberga la certidumbre de que la propia narración capitidisminuirá inexorablemente el grado de intensidad o “pureza” del fenómeno? Exhibiciones como la que anoche se brindó en el Auditorio Nacional prestan aliento a esta reflexión.
Porque la presentación de Teodor Currentzis, Florian Boesch, Anna Lucia Richter y la musicAeterna (orquesta de la Ópera de Perm) en Ibermúsica no pudo ser más propicia. En primer lugar, asistimos a una excelsa selección de canciones pertenecientes al ciclo mahleriano Des Knaben Wunderhorn, donde ya se evidenció el catálogo de virtudes que el conjunto ruso es capaz de desplegar. Los golpes de arco, la minuciosa gradación de dinámicas, la rápida reacción a las indicaciones desde el podio –y desde la posición de concertino: Afanasy Chupin ofreció una lección magistral de liderazgo durante todo el ejercicio, sin menoscabo de sus intervenciones como solista y violín I–, la dramatización y sutileza de Richter, la contraparte de Boesch –especialmente lograda en "Revelge"–, la energía de Currentzis y, por extensión, de la musicAeterna… Se transmitió, en definitiva, una sensación de frescura y ánimo acorde con los motivos folclóricos y las innovaciones compositivas que Mahler proyectó sobre estas páginas. También conviene elogiar el desempeño de orquesta y canto en el énfasis de los numerosos pasajes humorísticos, ora mediante la entonación en el apartado vocal, ora mediante las correspondientes técnicas instrumentales en el resto de cuerdas, articulando así la tupida y variada colección de Stimmungen que reúnen estos Lieder –la importancia del registro irónico es fundamental en el estilo mahleriano; no podemos dejar de recomendar a este respecto, para encarecer los méritos apuntados, la excelente monografía de Julian Johnson: Mahler's Voices: Expression and Irony in the Songs and Symphonies–.