No acostumbramos a hablar de las circunstancias que rodean a un concierto, pero en este caso, el contexto formó parte del concierto mismo, ya que el director de la Orquesta Sinfónica de Galicia, Dima Slobodeniouk, decidió dar un breve discurso contra la invasión rusa en Ucrania y ejecutar tanto el himno nacional de Ucrania como el de España. El público escuchó con respeto este gesto de solidaridad tan necesario, así como tan necesario es, en mi opinión, que la actual situación no conlleve una cancelación del legado de las cultura y artes rusas. Afortunadamente en este caso no fue así, ya que el propio Slobodeniouk es ruso y parte del programa se dedicó a la música de Stravinsky, cuyo lenguaje se pudo percibir también en los otros dos compositores en programa: el gallego Fernando Buide y el finlandés Essa-Pekka Salonen.
Such Places as Memory de Buide, de 2005, es una obra de formación que requiere un orgánico importante (de hecho, vimos el escenario del Auditorio Nacional repleto como no sucedía desde hace un tiempo por las obvias razones pandémicas), y que demuestra una robusta solidez a la hora de elaborar los materiales y trazar unos desarrollos complejos que implican de manera coherente a la gran mole orquestal utilizada. El lenguaje de Buide es vivaz, con mucha atención a la pulsión rítmica como hilo conductor, pero también generoso a los impulsos melódicos de algunas partes solistas que destellaban de manera brillante en la ejecución de los músicos de la Sinfónica de Galicia. Asimismo, Slobodeniouk organizó el discurso de manera ordenada, sin fisuras a la hora de enlazar los cuadros sonoros, y dejando emerger las singularidades desde el magma orquestal.
La obra de Salonen, Gemini, compuesta entre 2018 y 2019, se divide en dos movimientos bien diferenciados, atribuidos a los gemelos Dioscuros, Castor y Pólux. Salonen bebe de diversas fuentes, dando lugar a un tejido compositivo que alterna momentos más minimalistas y meditativos, con pasajes de consistente potencia orquestal y efecto. Se trata en general de un estilo amable, que no renuncia a una vocación melódica y casi descriptiva, como en los románticos poemas sinfónicos. Frente a este planteamiento, el director moscovita concentró su atención en plasmar sonoridades diáfanas y en mantener una amplia gama dinámica, pasando de la delicadeza minimalista más presente en el movimiento dedicado a Castor, a las explosiones de color y protagonismo de la percusión y el metal que encontramos en Pólux. Por lo general, la expresividad de cada momento quedó muy bien reflejada, si bien es cierto que se vio más implicado a Slobodeniouk en los momentos de mayor virtuosismo orquestal, donde brilló al conciliar la riqueza de matices sonoros con la arrolladora energía que emanaba del consistente orgánico.