El director estadounidense Scott Yoo dirigió la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México en un programa de dos compositores del Romanticismo tardío de los que a menudo se piensa que encarnan estilos diametralmente opuestos (Wagner y Brahms), abriéndolo con la pieza Urbano, de la compositora mexicana Marcela Rodríguez.
Urbano, como su nombre indica, pretende ser música de la ciudad, de la urbe. Dividida en una introducción y un mambo, la obra contó con el protagonismo de los bongós, cencerros y tumbadoras, y toda la sección de percusión tocó con una finura magistral. El resto de la orquesta galopó junto con la percusión, pero a veces parecía no estar sincronizada. La conclusión del mambo devolvió el vigor a un tutti feroz en el que los ritmos volvieron a encajar para un final jubiloso. Las Fünf Gedichte für eine Frauenstimme de Wagner, más conocidas como las Canciones de Wesendonck, fueron escritas entre 1857 y 1858 sobre poemas de Mathilde Wesendonck. Dos de las canciones se incorporarían más tarde a Tristan und Isolde (terminado en 1859). La soprano alemana Sarah Traubel cantó con clara dicción y pasión, aunque la orquesta sonó a veces algo fría, dejando la expresión poética del texto a Traubel. "En el invernadero" ("Im Treibhaus") –que se incorporó al preludio del acto III de Tristan und Isolde– estuvo especialmente bien interpretada, con las suspensiones cadenciosas y las apasionadas cuerdas impregnando a la música de melancolía.
La Cuarta sinfonía de Brahms, estrenada en 1885, representa la culminación de su obra sinfónica y, con una paleta tonal más conservadora, un contrapeso al lenguaje armónico de Wagner. Scott Yoo dirigió la obra sin partitura, demostrando un profundo conocimiento de la sinfonía y sus matices. El primer movimiento, una rápida sonata en mi menor, se interpretó con fuertes contrastes dinámicos y una dirección rítmica apropiada, con la cadencia plagal final que produjo el deseado efecto de inconclusión.