El último día de diciembre de 1946 fue fundado el Instituto Nacional de Bellas Artes. Desde entonces, la silueta del Palacio de Bellas Artes ha sido su emblema y el monumental recinto el escenario máximo de la actividad artística (institucional) del país. Este fin de semana, la Orquesta Sinfónica Nacional, una de las principales agrupaciones del INBA, con sede en el emblemático Palacio, ofreció un programa preparado para conmemorar el septuagésimo aniversario de este instituto.
De manera inusual, el concierto inició con la proyección de un pequeño video en el que se hace un recuento de las actividades del INBA en sus setenta años de existencia. En lo musical nos recordaron, por ejemplo, que en 1950 María Callas cantó en el Palacio de Bellas Artes, que en 1960 Igor Stravinski dirigió ahí mismo, que tienen diez orquestas en diferentes ciudades o que en 1974 se fundó el único centro de investigación musical que tiene México. Terminado este breve recuento, ahora sí, apareció la orquesta con el carismático director invitado James Burton para emprender un muy británico programa que inició con al obertura In the South de Elgar. Nada más tomar la batuta, Burton parecía un mago repartiendo hechizos a los instrumentos de la orquesta. Eso, más su permanente gesticulación de canto, que delata su formación como director de coros, fue un deleite incluso más placentero que la obra, que, aunque muy bien ejecutada, no logró cautivar.
El segundo número, el paréntesis no británico del concierto, fue el siempre agradable y sorpresivo concierto para fagot de Mozart. En esta obra, escrita para dos cornos, dos oboes, cuerdas y solista, naturalmente se optó por una orquesta reducida, que es lo que mejor equilibra el diálogo con el fagot, esta vez ejecutado por el noruego Dag Jensen, quien lució su sereno dominio del instrumento con trazos rápidos muy bien articulados y claros y cantabile cuidadosamente construidos, sobre todo en el segundo movimiento, con reminiscencias vocales. Quizá lo más interesante fueron las cadencias de su autoría, que, como la obra misma, lucieron un constante cambio de registro, además de los característicos trazos virtuosísticos y el uso preciso y en cierta medida dramático de las pausas. Calurosamente aplaudidos por el público, volvieron al escenario el solista y el director invitado, quien se dirigió al público en castellano para ofrecer una pieza más: el Romance para fagot y orquesta de Elgar, "una rara joya del repertorio para fagot", según dijo Burton.