Conforme a la atractiva temporada programada por la Orquesta Sinfónica de Tenerife, no podía haberse iniciado con mejores expectativas a tenor de la función presenciada. Comenzó con la brillante Obertura de la apenas programada Euryanthe, ópera de Carl Maria von Weber estrenada en Viena en el año 1823, y que cuenta con libreto escrito por una mujer, la berlinesa Helmina von Chézy. La obra en cuestión fue versionada tanto por la OST como por su director invitado, Vasily Petrenko conforme a lo que corresponde con una partitura que invita a disfrutar, a masticar música dentro de una profusa orquestación, y que invita -y lo logra esta interpretación- no solo a la brillantez exhibida por los metales y viento, protagonistas a lo largo de la función, tanto por potencia sonora, nunca estridencia, en los momentos indicados como en los acompañamientos y pianissimi que conforman la pieza, acompañados de un conjunto de cuerda atento y disciplinado. El director ruso, Vasily Petrenko, actual titular de la Royal Philarmonic Orchestra de Londres y cuya última visita a la isla de Tenerife data de hace más de diez años, ofreció una interpretación de gran nivel, sin histrionismos gratuitos, de discurso musical propio pero no extravagante, creativo en lo que cabe un repertorio romántico y post-romántico, pero no perturbador, siendo capaz de unir a la Orquesta en un solo discurso con breves gestos pero definitivos y compartidos por el resto de los maestros, por cierto de excelente nivel cuya complicidad resultaba más que evidente.
El mucho más popular Concierto de violín de Mendelssohn, con la impagable participación del violinista Sergei Dogadin, comenzó con tiempos más lentos de lo habitual. Lejos de desmerecer esto la obra, incidía en sus aspectos más virtuosos y líricos, obedeciendo a una lectura en un crescendo continuo y sabiamente ejecutado, en el marco de una total comunión sonora entre solista, director y orquesta. El violinista mostró sobrado dominio de la obra apoderándose de los momentos melódicos más virtuosos, incluida la interpretación de una excepcional cadenza, pero siempre bajo las oportunas directrices de Petrenko, cuya prestación –disculpen la reiteración– rayó la excelencia.