Cuentan que Valentino salió escandalizado tras ver a Violetta vestida con un impermeable transparente en Milán y se puso manos a la obra para recuperar el estilo perdido en la ópera por el azote del teatro de autor. Unos años más tarde, el diseñador ha cumplido su sueño: el resultado ha sido una producción mediática, con firma de alta costura, que demuestra que la potencia de las grandes obras está por encima de cualquier interpretación, incluso aquellas que la conciben como una visita a un glamuroso museo del traje.
Como en las mejores pasarelas, el estilo y la elegancia presiden esta producción y enamoran a los ojos. Los ambientes clásicos de grande maison se suceden como fondos impecables para la exhibición de modelos exclusivos. Hay momentos memorables, como el de esa Violetta humillada, de intenso rojo valentino sobre fondo negro, que confirman el irresistible poder de la imagen. Una apuesta escénica en la que el drama se aleja de las profundidades y se sitúa en las telas, en los envoltorios, deliciosamente elegantes y magníficamente epidérmicos.
No parece casual que se haya elegido a Sofía Coppola para la dirección de actores. Recordemos que es la responsable de mostrar la historia de Maria Antonieta como un simpático video clip y un terrible relato de un suicidio múltiple como un anuncio de moda juvenil. Al carácter somero de la narrativa de Coppola, se une el hecho de que teledirigiera esta producción, sin llegar a estar presente en Valencia, por lo que su aportación teatral a la escena es prácticamente inapreciable. Coppola cumple su papel, aporta marca y apellido, y deja espacio a los figurines y decorados, los verdaderos protagonistas de la producción.
La soprano lituana Marina Rebeka creó una espléndida Violetta, mostró unos excelentes medios vocales y técnica sobrada para cubrir el abanico de necesidades que se requiere para el papel. Se mostró cómoda y natural en unas coloraturas y agilidades bien dibujadas, presumió de un buen dominio de las dinámicas con emotivos filados, y cimentó todo ello en un sensual color, homogéneo en toda la tesitura, y en un arrebatador caudal incluso en la zona grave. Un placer para los oídos por el que la cantante no dudó en sacrificar la dicción. Se hubiera agradecido un tanto más de patetismo para completar una actuación redonda. Seguramente por las características de la producción, tanto su "Amami, Alfredo" como el "Gran Dio! Morir si giovane" tuvieron más de lucimiento vocal que de carga emocional.