La gracilidad y una interacción perfecta coparon la partitura rusa, de una factura primorosa y que preludia, merced a su naturaleza misteriosa y sutil, páginas como el ballet Raymonda, de Alexander Glazunov. La reaparición de Baldocci también fue pretexto para intercambiar los instrumentos: un gesto que funciona como el correlato de la buena comunicación y una desenvoltura absoluta.