El reconocido solista, junto a su igualmente virtuosa pareja brillaron a la par que la orquesta chilena en una colaboración equilibrada, y una oferta musical contundente.
Las tres obras de Ravel y Debussy presentadas constituyeron un viaje musical onírico, colorido, e hipnótico, potenciado por el pulcro sonido obtenido por la orquesta, y por la visión tanto del solista como del director.