La flamante batuta de Pablo González al frente de la Orquesta Sinfónica de Tenerife ofreció dos auténticas innovaciones musicales, el estreno en España del Concierto para violín “Aurora”, de Jimmy López, a cargo de su dedicataria, Leticia Moreno, y como colofón la espectacular Sinfonía fantástica de Berlioz.
Con Aurora, su autor trata de narrar con música las sensaciones vividas ante la visión en Finlandia del fenómeno meteorológico del mismo nombre, lo que le impulsa la creación de esta obra a estructurarla en tres movimientos: Equatoralis, Borealis y Australis. La violinista se erige en este caso como testigo y canalizadora del impacto que causa al autor la evocadora belleza que presencia. La obra no responde a canon ni estructura que se pueda percibir de manera inmediata, es atonal, y no obedece por tanto a una jerarquía de sonidos, ni regla métrica, lo que se pone especialmente de manifiesto en el primer movimiento, especialmente denso y de complicada ejecución. El segundo obtuvo notables contrastes sonoros al colocar a tres violinistas a ambos lados y al final de la sala, que contestaban alternativamente a veces y otras de forma conjunta a los sucesivos trinos de Leticia Moreno. La solista dio muestras sobradas de dominio del intrincado concierto, que remató en un final especialmente alusivo a motivos étnicos y, por tanto, más familiares. La Orquesta se limitó a seguir con pulcritud los extensos discursos del violín de esta novedosa partitura.
De la Sinfonía fantástica (1830) de Berlioz poco cabe señalar a nuestros lectores que no se haya dicho sobre esta colosal obra rupturista, distinta ante lo antes musicalmente descrito, por medios, estructura e intrincada orquestación, y que al respecto exige la máxima implicación de sus intérpretes. Este “Episodio de la vida de un artista en cinco partes” dedicado a sus amores y, sobre todo, a sus desamores, se inicia con un extenso canto al desengaño sentimental, ejecutado en esta ocasión con cierta celeridad, resaltando el maestro González los melancólicos sones que impregnan este inicial movimiento. Sabido es que en esta obra Berlioz no destaca ninguna sección orquestal, rompiendo moldes sobre todo en orden a otorgar a todas su momento de protagonismo. El vals que inicia el segundo pronunciado exquisitamente por las arpas fue asimismo resuelto de forma brillante, resaltando el leitmotiv que acompaña toda la obra por todo el acompañamiento orquestal, solidariamente co-protagonista en toda esta segunda parte. El efecto causado por los ritardando del consabido ¾ fue especialmente agradable. Las bucólicas esencias de la siguiente parte quedaron delicadamente resaltadas por el oboe y el resto de maderas, de gran prestación a lo largo de la velada. Cada matiz de cada uno de los solistas quedó ensamblado en una interpretación de gran belleza no exenta de acertadas lecturas como el tempo rápido elegido. Por su parte, la "Marcha al cadalso" imprimió rotundas sonoridades sobre todo en la percusión y los vientos, alcanzando el paroxismo y rotundidad que exige este canto a la desesperación, un auténtico desgarro musical del que los intérpretes supieron extraer las más amplias entonaciones. El aquelarre final respondió con igual espectacularidad y milimétrica sonoridad a la enérgica batuta de Pablo González. De él cabe predicar que pese a los volúmenes sonoros que exige esta obra, en ningún momento se embriaga de ellos, manteniendo en todo momento un atento control de la misma y de sus más recónditos detalles, comunicando con el oyente de forma pasmosa.
En orden al talante comunicativo de nuestro nuevo director invitado, como en el primer concierto, ofreció una breve charla inicial al comienzo de la segunda parte del programa, muy didáctica, que parece va a ser la tónica en esta temporada de interesantísima proyección.