Noche de contrapuntos y combinaciones rítmicas en el Palau de la Música. Con la llamada a las sinfónicas de Mozart y Beethoven, Philippe Herreweghe programó parada en su gira en el auditorio condal una vez más. La asistencia de público fue notoria y pocas butacas quedaron libres, como ya suele ser constante en sus conciertos con la Orchestre des Champs-Élysées. La Júpiter representa la coronación del catálogo orquestal mozartiano. En ella se instaura toda la experiencia musical traducida en problemáticas tímbricas, contrapuntísticas y armónicas a resolver para el virtuosismo de los músicos. Su estructura, una combinación entre el monumentalismo y lo minucioso, está fundamentada en la expresividad vibrante y con un desarrollo temático en crescendo.
El trabajo modulando dinámicas de Herreweghe ya son presentadas en el Allegro vivace; aunque introduciéndose en una atmósfera ceremoniosa, al principio los sonidos no fueron muy brillantes. La repetición temática empezó siendo abordada por una sección de cuerdas bien entonada, logrando equilibrio sonoro y desenvoltura en la introducción. De dirección elegante y de pocas indicaciones, la calidez sonora fue transformándose en un ritmo marcial; la orquestación hizo presencia de control y dominio en los cambios tímbricos y la amalgama contrapuntística. Herreweghe continuó con un Andante cantabile manteniendo la línea dramática en bajos y modulando la intensidad. La sonoridad envolvente de la instrumentación fue, en sí, un aporte para las líneas disonantes y la tensión melódica. El desarrollo temático estuvo atento a los cromatismos y a la profundidad expresiva del conjunto, manteniendo un equilibrio lírico. El ambiente enérgico volvió con un tratamiento del Menuetto airoso, donde el conjunto dio paso a un estilo más desahogado combinando contrapuntos y variaciones fugadas que precedían del final eruptivo, cerrando la parte más trabajosa en los contrastes. En el Molto allegro se concentró en la técnica contrapuntística, consiguiendo una plasticidad sonora y envolvente con todos los temas fugados a la vez.
Con la Heroica continuó la exposición de las complejidades tonales con la expresividad dramática implícita de la pieza de Beethoven. De las dos, la más reveladora en precisión e impulso en el ejercicio fue esta, abordando las secciones con continuidad narrativa y dejando atrás el sonido más aterciopelado del conjunto. Desde un plano más afectivo, apelando a la profundidad encontrada en la letanía del desarrollo y de su carácter dramático, la orquesta de Herreweghe brilló en el tratamiento tonal y en el empleo de una retórica expresiva, priorizando los acentos dinámicos, las texturas y los matices de la pieza.
Las disonancias rítmicas y los encuentros armónicos se introdujeron con el Allegro con brio, dejando ver desde el inicio el gusto del director belga en concretar los recursos de la partitura. Con una pulsión orgánica que iba a más, las disonancias y los procesos tonales fueron tratados con amplitud, dejando una atmósfera que recogía la variedad de contrastes y tempos. Rivalizando con ello, la Marcia funebre se presentó con ese afecto que le corresponde; de carácter lento y serio, la dirección abogó en reafirmar el dramatismo en la sección, precediendo a la agitación y al sonido encubierto del Scherzo. Del recapitulado ejercicio de las variaciones temáticas, la textura polifónica siguió con la carga dramática; se desplegaron en el Finale los episodios contrapuntísticos que simultáneamente entonaban lo dramático y lo cómico de la obra, de manera enérgica en el tramo final de dinámicas. Una conclusión brillante y rítmica que concluyó una dirección muy puesta en los efectos y las perspicacias compositivas, de una estructura nada fácil que la Orchestre des Champs-Élysées supo ejecutar con tino.
About our star ratings