Hannu Lintu, director titular de la Orquesta Sinfónica de la Radio Finlandesa y discípulo del "Yoda" de la dirección de orquesta, el mítico Jorma Panula, dirigió un cohesionado programa en el que se trazó un arco casi perfecto a lo largo de la historia de la música germánica. El punto de partida fue el emblemático Riccercare a 6 de El arte de la fuga recreado desde la peculiar óptica de Anton Webern. La música de Beethoven y Schumann serían las estaciones de paso que culminarían con la liberación de la opresión tonal escenificada en la orquestación de las 5 piezas para cuarteto de cuerda Op.5 de Anton Webern.
En el flemático contexto de la escuela escandinava es Lintu un director atípico por su gestualidad extrema. Pero por paradójico que parezca, la intensidad de su lenguaje corporal –en ocasiones rozando el histrionismo– tiene el don de aunar las voluntades de los músicos en torno a interpretaciones nunca rutinarias, siempre de una gran intensidad dramática.
El Riccercare contistuyó un magnífico ejemplo de esto mismo. Lintu consiguió salvaguardar a esta sublime melodía de timbres de la severidad y austeridad con las que a menudo es interpretada. Las sucesivas intervenciones instrumentales ostentaron carácter pero al mismo tiempo estuvieron perfectamente engarzadas, creándose un convincente flujo musical. En este aspecto fueron decisivas las comedidas alocuciones de la trompeta con sordina o los delicados redobles de timbal. La metamorfosis final de la Klangfarbmelodie en una melodía de grupos instrumentales, se produjo de forma temperamental. Lintu realzó esta monumental síntesis romántica sin la más mínima reticencia.
Dramatismo es la palabra que mejor definiría a la concepción de Lintu del Tercer concierto para piano de Beethoven. Brioso en los tutti, introspectivo e insondable en los pasajes más meditativos y llevado a un tempi liviano, fue en definitiva un Beethoven descaradamente positivista. En la septuagenaria, pero todavía en asombrosa plenitud artísitica, Elisso Virsalade encontró Lintu su genuino alter ego. Su digitación precisa y robusta, su sutil uso del pedal y su expresión concisa, por no decir hierática, encajaron como anillo al dedo en el combativo discurso del finlandés. En la cadencia del primer movimiento la pianista georgiana optó por la clásica beethoveniana, frente a la de Brahms/Moscheles o alternativas más recientes como la de Fazil Say. Como era previsible, en el Largo Virsaladze primó la nobleza frente al sentimentalismo, mientras que el espectacular Allegro final ahondó en los aspectos comentados para el primer movimiento: comunión absoluta entre el solista y el director en una interpretación extrovertida y desinhibida que hizo las delicias del respetable.